Aquellos jóvenes que se sentaron en el tendido alto del 7, junto a la Banda de la Sociedad Filarmónica, fueron testigos de algo que tal vez no olviden nunca. Una lección de historia del toreo ante sus ojos. No en la ejecución de las suertes – aunque en sus retinas también permanecerá el faenón de Curro Díaz al quinto del Parralejo- sino por haber presenciado cómo una plaza de toros entera se rendía en aplausos ante la presencia de un mito en vida.
Fue aparecer por la bocana del tendido 2 Manuel Benítez “El Cordobés” y sonó una ovación atronadora que deja en nada las ruidosas tormentas del fin de semana pasado. Puso Jaén en pie sin dar un muletazo.
Sesenta y tres ferias de San Lucas han pasado desde aquel 19 de octubre en que partió plaza como novillero con picadores alternando con el jiennense Juanito Tirado y Paco Raigón, teniendo como espectador a Hemingway en el tendido 1 – dato que ha pasado desapercibido en los anales de la historia de Jaén- sin que la plaza estuviera finalizada totalmente, siendo ya el huracán social de la España de entonces. Aquella que se paralizaba y colapsaba las calles para verlo torear detrás de los escaparates de las tiendas que vendieron las primeras televisiones en nuestro país.
Volvía “El Cordobés” a Jaén para sentarse en una barrera de la plaza de toros que él llevo al cine en “Aprendiendo a morir” y a todos los hogares del mundo cuando se retransmitió a color “La Corrida del Siglo”. La misma plaza donde se encerró en solitario en la feria de 1970 protagonizando un hecho insólito en su carrera y en la propia plaza de Jaén: se subió a los lomos del sexto toro de la tarde, del hierro de Núñez Hermanos.
El pasado 15 de octubre volvió a escribir otra página de la historia del Coso de La Alameda. Y lo hizo siendo en vida el V “Califa del Toreo”, título que Córdoba otorga a sus toreros más importantes.
Ejercía la ceremonia del corte de coleta a Manuel Díaz, en pleno centro del ruedo. De torero a torero. De padre a hijo. Se cerraba a ojos de todo Jaén un capítulo sobradamente conocido y se daba inicio a otro. En el simbolismo taurino que encerraba aquella escena se evidenciaba el final feliz de una historia que ha perseguido a un personaje universal y carismático que España dio al mundo.
Jaén y su plaza de toros fueron el escenario de un hecho que trasciende lo puramente taurino. Porque forma parte de la propia historia de nuestra ciudad.