Es un auténtico drama que el debate gire en torno al independentismo y las cesiones que tendrá que hacer Pedro Sánchez para continuar al frente del Gobierno cuando hay sobre la mesa cuestiones de mucho más interés y calado introducidas por el socio prioritario y mayoritario del PSOE, Sumar. La reducción de la jornada laboral a 37,5 horas semanales sin que afecte al salario es una auténtica revolución y un avance sin precedentes en la conquista de los derechos de los trabajadores que debería ser compromiso de todos los partidos políticos, al margen de la ideología, esté quien esté en Moncloa. Lo resumió acertadamente Yolanda Díaz, vicepresidenta segunda en funciones: “El tiempo de trabajo es vital para la gente, para vivir mejor, para poder ser más felices”.
Como era de esperar, el viejo empresariado ha puesto el grito en el cielo y ha echado mano del viejo argumentario de la productividad, sin reparar en que la productividad no depende del presencialismo o de anteponer las obligaciones laborales a cualquier otra cosa de ámbito privado, sino de una buena organización de tareas, planificación de objetivos y, sobre todo, un ambiente relajado, en el que se valore la implicación y se valore el trabajo. En cualquier caso, el viejo empresariado puede hacer lo que le plazca. Lo inteligente es adaptarse a los nuevos tiempos sin temor, apostar por el diálogo social. Y lo harán, no me cabe la menor duda, aunque ahora amenacen con despidos y las siete plagas bíblicas.
Mi padre, ateo, republicano, comunista, iletrado por ser hijo de una familia pobre, trabajó a destajo durante gran parte de su existencia para sacar adelante a su familia. En un tejar. Murió pronto, a los 60 años. Víctima del cáncer, durante la agonía que le postró en la cama, compartió reflexiones vitales que jamás se le habían escuchado. Hombre de pocas palabras, pudimos escucharle arrepentirse amargamente de no haber tomado parte de forma más activa de la educación de sus hijos, de haber compartido lecho con su mujer pero nada de tiempo de esparcimiento juntos. Las condiciones laborales que sufrió le habían deshumanizado. Nacido en la década de los cuarenta del siglo XX, soportó unas condiciones laborales más parecidas a las bárbaras del siglo XIX que a las de una España moderna y civilizada. Tuvo la suerte de emplearse como barrendero y de que el sindicato al que estaba afiliado, CCOO, fue beligerante. Solo un tercio de su vida laboral pudo disfrutar de derechos, gracias, además, a un PSOE valiente que en la década de los ochenta se empeñó en seguir el camino de la socialdemocracia europea.
Desde entonces, lamentablemente, hemos dado pasos atrás debido, entre otras cosas, al triunfo del relato neoliberal sobre una presumible cultura del esfuerzo. Quien reclama conciliación es tachado de vago. Todos, malas personas. Lo que quieren decir, en realidad, es que donde hay personas ven animales en horario de trabajo y consumidores en el poco tiempo que les resta. Y, no, somos hombres y mujeres. Seamos valientes, seremos felices.