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El Último McGuffin - 'The Substance (2024)'

Crítica de Jesús González, de El Último McGuffin

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  • JESUS GONZÁLEZ. -

A Coralie Fargeat le han bastado dos largometrajes para posicionarse como una de las directoras a seguir en esta ilusionante nueva ola de cine de género, en la que cada vez se abre más espacio una mirada femenina, capaz de equilibrar ferocidad e ingenio a la hora de ahondar en los límites formales y narrativos del terror y la ciencia ficción. La capacidad de algunas jóvenes directoras para llevar a nuevos territorios el legado heredado de referentes de renombre (Cronenberg, Kubrick, Hopper, Carpenter…) nos ha regalado películas que abren nuevos y esperanzadores horizontes dentro del género. Pienso en TITANE (2021), de Julia Ducournau, en CERDITA (2022) de Carlota Cepeda y, por supuesto, en THE SUBSTANCE, la nueva película de la directora Coralie Fargeat, que revolucionó el festival de Cannes, llevándose el premio a mejor guion y un gran reconocimiento por parte de la crítica.
THE SUBSTANCE arranca con dos secuencias que esclarecen, mediante una eficacia narrativa pasmosa, la temática completa de la película. Mediante dos planos cenitales asistimos, primero, a una demostración experimental del funcionamiento de la sustancia que da título a la película, mientras contemplamos como es inyectada en un huevo que se duplica. Seguidamente, sosteniendo el plano cenital sobre una estrella del paseo de la fama, vemos una secuencia de montaje que ilustra el ascenso y descenso de Elisabeth Sparkle (regreso apoteósico de Demi Moore) como celebridad de Hollywood, una fama a la que parece haberle llegado su fecha de caducidad. Tras cumplir los 50 y ser despedida del programa de televisión que la convirtió en un hito, Elisabeth decidirá usar la sustancia, un producto secreto que promete crear una nueva y mejorada versión de sí misma.

La-Sustancia.
El discurso que vertebra la narración de THE SUBSTANCE es tan burdo, violento y grotesco como el funcionamiento de nuestro sistema capitalista, consumista y cosificador, en el que centra su crítica. Fargeat se sirve de un abanico ilimitado de recursos formales para construir una estética totalmente rompedora, que pone al espectador frente a un espejo en el que se deforma hasta el esperpento el dominio triturador de la mirada masculina. 
La película parodia de forma burlesca la sexualización extrema de la mujer y los cada vez más artificiales estándares de belleza, explorando a su vez lo paradójico que resulta apostarlo todo a algo tan frágil y superficial como la carne, así como las terribles consecuencias que pueden llegar a surgir de esta adoración absurda, que van desde la depresión hasta la dismorfofobia.
Los conflictos que surgen entre Elisabeth y su nueva y mejorada versión, Sue (Margaret Qualley) nacen del incumplimiento de las instrucciones que acompañan el uso de la sustancia. El apetito voraz de esta joven versión de la actriz choca con la imposibilidad de su yo original para aceptarse y valorarse, cayendo ambas de nuevo en la vorágine digestiva de la siempre insaciable industria del entretenimiento. 
El último acto de la película, un torbellino de violencia descontrolada y explosiva, culmina en un clímax sanguinolento no apto para estómagos sensibles, una respuesta macabra a la hipocresía de esta industria, que por una vez se ve salpicada (literalmente) por la sangre de una de sus innumerables víctimas.
 

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