Una sociedad que respeta a sus creadores, se respeta a sí misma.
Quizá pudiera parecer lapidario este inicio de opinión. Lejos de ello, nuestra intención más bien invita a una reflexión, cuyo posible silogismo pudiera enlazar con la exposición más detallada de su razón.
Deberíamos haber comenzado, sin ánimo apologético, repitiendo que la cultura y el arte han sido y son, en muchas ocasiones, carta de presentación e índice de desarrollo de un pueblo.
Tan acostumbrados podríamos estar a ello, cuando desde las instancias oficiales se requiere, que nos pasa desapercibido anotar cómo actúan, en multitud de ocasiones, las delegaciones de artistas a través de sus creativas aportaciones. Las que en eventos internacionales o ferias de reconocido prestigio transnacional y en representación de su país, aspiran a ofrecer la mejor imagen del mismo.
Es así y así viene siendo dentro del marco de interrelación cultural de los pueblos en la sociedad contemporánea. Es así como las diferentes culturas han venido identificándose a sí mismas y, refrendándose a través de aquellos creadores, han podido llegar a ser referencia para los demás en multitud de ocasiones.
Todo lo que se crea en presente y se creó en el pasado, proveniente ya fuera de inteligencias arquitectónicas, ingenieras, artísticas o artesanas, mentes creadoras en definitiva, han venido a conformar en el transcurso de los siglos hasta el presente, una gran parte del patrimonio de los pueblos.
Entidades museísticas, arquitecturas, distribuciones urbanas equilibradas, hablan en presente y en pasado, del carácter y aspiraciones, realidad e idiosincrasia de aquellos colectivos con sentido contemporáneo y proyección de futuro.
Ahondando en las unidades territoriales representadas en las ciudades que albergan, es a través de la distribución y cuidado de sus calles, presentación de sus fachadas, acerados de perfiles amables y hasta el cableado de sus redes de servicio, que ofrecen diferenciación y singularidad en su propio hábitat. Es ahí, donde la mujer, el hombre, el niño y el mayor viven, conviven y se desarrollan con y hacia lo que la percepción visual de su entorno invita.
Pero ésta no es una relación pasiva (entorno y calidad de vida). Al contrario, es una relación en correspondencia directa. La armonía, ya sea espacial, arquitectónica o visual, trasmite de manera inequívoca su propio carácter al lugar, incidiendo en él y en quienes lo habitan.
En una sociedad moderna, además de los creadores, quienes con sus ideas suelen participar en el impulso de su entorno, están quienes, en la gestión pública y en el cometido de su actividad, forman parte de ésta construcción que, idealmente alimentada por la capacidad, espíritu y filosofía pertinente, pueden dotar de la necesaria funcionalidad, habitabilidad y estética a una ciudad.
Cuidar en la localidad cada parte que se construye, reforma o simplemente se proyecta para el presente y futuro del que hablamos, contribuye a dotar y mantener ese hálito de belleza necesario en la vida de sus moradores; ese retazo de “esperanza” de la que el mundo está tan escaso. Estamos hablando del suelo que sustenta nuestros pies a diario, las vías por donde caminamos, los rincones y plazas en los que nos reunimos. En definitiva, el alma de la Ciudad que nos nutre a través de su propia construcción y necesaria evolución.
Pero, cerca, muy cerca, existe una esperanza con nombre propio, cuyo mensaje se ha querido transmitir visual y literalmente bajo un lema que no da lugar a dudas: “La Esperanza del Agua”.
Elemento perfectamente identificable con una ciudad como es ésta, a la cual circunda un río histórico y que es habitada en sus entrañas por multitud de acuíferas corrientes que generan y generaron esos aljibes -término de raíz árabe por excelencia- y pozos que dieron y dan frescor y vida a los habitantes de la misma. Una vez más, Arcos de la Frontera.
La Ciudad del Agua, quiso alguien denominarla en un caprichoso disloque de emoción ante una obra que, en su esperanzada idea, propuso dejar un rastro de amor brindado a las manos que la dieron forma, al pueblo que la recogía en su seno y a quienes pudieran recordar que, antaño, en situaciones más precarias que las actuales, la madre tierra, generosa como siempre, hacía del hondo pozo señal de vida.
Hoy, “La Esperanza del Agua”, a cuatro años de ver la luz, se apaga. Descuidada, no atendida, casi olvidada nada más nacer, viene a recordar como paradigma de su propio mensaje al hijo abandonado, falto de atención de quienes representan o deberían representar su nacimiento; desoyendo a quienes, alimentados por esa esperanza, fueron depositando sus deseos inconfesos en forma de moneda dentro de su vientre: el agua.
No es el reflejo de la colectividad el estado en que se encuentra. Tampoco el de sus autores, quienes pusieron su empeño en ajustar idea, medidas y organismo a una fuente. A ellos no les compete la responsabilidad, una vez nacida, de reponer la escasa energía necesaria para su revitalización y puesta al día; su mantenimiento.
Paciente, la fuente parada, se pregunta por las razones de su inactividad.
¿Será la dejación? Otras prioridades o motivos de alcance incierto, al día de hoy desmerecen la presencia, el recuerdo y homenaje a aquel Pozo Hondón, cuya existencia palió los tiempos de escasez.
Cualquier motivo es subsanable.
Mientras, la responsabilidad de su mantenimiento se instrumenta en departamentos, delegaciones y funciones administrativas no administradas. Son éstas, quienes tienen la responsabilidad de que la VIDA fluya y su LUZ emerja de una manera propia y constante para el ciudadano, vecino, viandante y visitante, dignificando así el sentido de quien aspira, en una conciencia clara, a irradiar ese átomo de belleza que se intentó reflejar tanto en el fondo hoy seco, como el su forma no iluminada.
Por pasiva diríamos: Una sociedad que no respeta a sus creadores, no se respeta a sí misma. Pero quedarse en esta otra afirmación lapidaria, máxime en este caso, no sería correcto. Ella se mantiene incólume, latente, respetada. Su estructura permanece inalterable. Su ´alma´, por el contrario, requiere la atención de quien corresponde.
No es sobrado llamar la atención sobre aquellos ángulos muertos de nuestra arquitectura urbana. Como tampoco lo es llamarla sobre sus actores. Al fin y al cabo todos andamos su acerado y, lejos de la indiferencia, nos negamos a la costumbre de su oscuridad.