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La gran manzana

"Un documental, según palabras del autor, que se origina a través del interrogante y sentimiento que le produce en la actualidad la visita de exposiciones de arte contemporáneo"

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  • Ilustración. -

Hace poco se ha estrenado, lejos, muy lejos de nuestra geografía un documental que quizá esté pasando demasiado desapercibido por la opinión pública. Sobre todo de aquella opinión directamente interesada en el tema que desarrolla la cinta de noventa y siete minutos dirigida por el documentalista Pablo Jato.
Un documental, según palabras del autor, que se origina a través del interrogante y sentimiento que le produce en la actualidad la visita de exposiciones de arte contemporáneo. Sentimiento, por otro lado, más común de lo que podríamos imaginar en los visitantes, amantes y frecuentes del espectro de muestras y exposiciones que se vienen produciendo en muchas de las principales galerías y centros de arte a nivel internacional y también nacional.
El bien llamado y a veces errático ´arte contemporáneo´ viene dando muestras de autoflagelación semántica, rayando con el masoquismo a modo de retorcimiento lingüístico en el que la palabra y la explicación quiere llegar donde no llega la imagen, aquello que se proyecta, lo que se expresa y sobre todo el significado y significante hartamente conceptualizado, toda vez que, fuera del concepto y los adeptos incondicionales, lo que suele trasmitir es perplejidad, confusión y una especie de cabreo contenido en quienes de alguna manera, coherente aún, conservan el sentido de la dignidad por valores que históricamente han sido considerados patrimonio de la inteligencia humana.
Un recorrido por México – país nativo del director – EE.UU., España y algún otro país europeo en boga, deja testimonio a través de la cinta de la que estamos hablando y en boca galeristas, curadores, responsables de museos, críticos de arte y otras ´relevantes´ figuras titulares del empoderamiento artístico actual, la definición indefinida de “qué es el arte”. Pregunta a su vez, que como excusa da inicio o mitad de toda una caterva de afirmaciones sin desperdicio, cuyo contenido no nos extraña que produzca risa entre quienes asisten a su presentación. Reacción propia diríamos que dista mucho de aquellas otras reacciones en forma de ampolla que está levantando entre quienes dentro del ´establishment´ reaccionario – esta vez con ínsulas modernistas – manejan los hilos capaces de mover cincuenta mil millones de beneficios al año.
Porque, no hemos de engañarnos. Sabido es cuan suculenta resulta la palabra dicha desde el poder. O mejor, cuanto poder ostenta la palabra cuando desde ciertas esferas se maneja a través de los ya conocidos resortes comunicadores de masas, que cual corderos asisten y asistimos (a veces) a manifestaciones artísticas cuyo pies y cabeza nos dejan perplejos.
“El Espejo del Arte”, es el nombre del documental. En este caso un acierto lingüístico para titular lo que quizá no se escapa al buen y reflexivo observador de la cotidianidad dentro de este mundo: el contrasentido divergente de lo que nos quieren hacer creer, que, como seguramente en todas las demás facetas de la vida diaria del humano - política, sociedad, educación,… etc. – suele ser pasto de intereses espurios dirigidos a la masificación y despersonalización organizada de la sociedad.
Cuando humildes servidores del arte, es decir, quienes nos empeñamos en intentar acercarnos a Él como tabla de salvación vital, como necesidad endémicamente arraigada, como expresión máxima de libertad, como pan sin pan que nos alimenta, hablamos de estas cosas, no suelen tener redundancia social. Sin embargo seríamos los realmente facultados.
Cuando Albert Boabdella nos deleitaba a través de sus obras teatrales y desde el histórico grupo Els Joglars con la irreverencia que les caracterizaba pero con un enorme contenido artístico disconforme con la actualidad que se estaba viviendo, mitad performance (cuando aún no existía el concepto) mitad espectáculo y otra mitad escena, no se cortaba un pelo en recibir a los críticos de arte diciéndoles cuando entraban por el patio de butacas: “Vd. quién es…¿crítico de arte?....pues, siéntese y aprenda a hacer teatro”.
Quizá es hora de que quienes aspiramos al arte, sabiendo que es muy difícil entresacar un ápice genial de un trazo, un gesto, una nota musical en la que el sentimiento, el alma del autor, el espíritu llamado inspiración o la insolente Musa asista sin titubeos a la creación, ocupemos la palabra.  Eso sí, quitándosela definitivamente a quienes especulan desde el sillón del patio de butacas, la silla de su despacho o el taburete del bar sobre el verdadero contenido, aspiración, intencionalidad y emoción de un acto de generosidad sin límites, dedicando su vida a un tipo de comunicación amasado desde la sana duda, autocrítica y perseverancia.
Posiblemente esta vez La Gran Manzana haya sufrido un corte.

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