Primero hay que analizar el actual y ver cuáles son los inconvenientes de que sea como es. Lo siguiente es fijar las condiciones que tiene que tener el de futuro. Finalmente, habrá que definir las medidas necesarias para recorrer el camino desde el presente hasta el futuro.
El principal fallo del sistema actual es que la generación de las formas energéticas más extendidas (la electricidad y los combustibles) se hace en grandes instalaciones, en lugares alejados de los centros de consumo, donde éste se realiza de forma distribuida. Eso orienta claramente hacia dónde hay que caminar: generar de la manera distribuida en la que se produce el consumo. De esa manera el sistema será mucho más eficiente que el actual.
Inmediatamente después está el impacto ambiental negativo que se produce por las formas energéticas más abundantemente utilizadas: los combustibles de origen fósil y el uranio. Unos son los responsables directos del cambio climático; y los residuos radiactivos, de los efectos de contaminación radiactiva, de largo plazo.
Finalmente, hemos de considerar también que esas formas energéticas que vienen alimentando mayoritariamente nuestro sistema hay que comprarlas en el extranjero, con la correspondiente incidencia en nuestra balanza de pagos (en el entorno de los 50 000 millones de euros anuales). Por otro lado, disponemos de los recursos y las tecnologías de las energías renovables, en alguna de las cuales (termosolar) nuestro país es campeón del mundo, con 2 300 MW en funcionamiento; nuestras empresas realizando las centrales en todos los países y nuestros centros de investigación siendo la referencia mundial.
Si a eso unimos que las formas energéticas emergentes en el sistema, las renovables, están disponibles en nuestro territorio, no son contaminantes y se presentan de forma distribuida, el planteamiento de base está muy claro: generación distribuida y energías renovables.
Pero en España no partimos de cero. A finales de 2015 teníamos 51 749 MW (47,8 %) en cuanto a capacidad de generación eléctrica con renovables del total de 108 299 MW de nuestro sistema eléctrico.
Cierto es que en otras formas de aprovechamiento de energías renovables estamos muy lejos de lo que sería deseable y razonable.
En agua caliente sanitaria únicamente tenemos 3 348 053 m2 instalados en nuestro país mientras que en Alemania -con la mitad de radiación solar- tienen 19 560 000 m2.
Igual ocurre con el empleo de las biomasas comerciales (huesos de aceitunas, cáscaras de almendra, pellets, astillas, etc.), de las que tenemos muy buenos recursos y no acabamos de abastecer un número suficiente de estufas y calderas para la generación de calor en las viviendas y en los servicios de nuestro país.
Por lo que respecta a una de las mayores expectativas de avance en la consecución de un sistema energético razonable, la autoproducción de electricidad mediante la tecnología fotovoltaica, lamentablemente el Gobierno actual no acaba de dar “luz verde” clara, nítida y sencilla a su desarrollo en nuestro país.
Además ni los biocarburantes ni los vehículos eléctricos acaban de aplicarse de forma masiva, como sería de desear. Pero tienen que hacerlo.
El cambio necesario del sistema energético supone una importante reconversión económica y social que no puede hacerse sino de forma progresiva pero mantenida en el tiempo y afectando a todo el territorio español y a pequeñas y medianas empresas.
Por otra parte, Europa camina de manera inequívoca hacia ese modelo de sistema energético basado mayormente en energías renovables y en la mejora de la eficiencia energética, con el célebre objetivo 20-20-20, que España cumple sobradamente por lo que respecta al subsistema eléctrico.
Así pues, y en plan resumen, vamos avanzando hacia un sistema energético sensato (con fuentes propias, no contaminantes y distribuidas) pero con poca velocidad y sin sacarle todo el rendimiento social que sería de desear. Es una pena el parón que se ha producido en el desarrollo de las energías renovables a partir del año 2011, que espero se corrija en poco tiempo.