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Escrito en el metro

El grillo silente

Me recordó el viejo refrán que afirma que si la naturaleza nos dio dos oídos y una sola boca fue para que escuchásemos el doble de lo que hablamos

Una noche del pasado agosto me encontré con un raro insecto. Era un grillo silente, una especie tropical que se caracteriza porque permanece en silencio mientras los otros grillos entonan con orgullo sus cánticos. Su nombre se debe a que es muy raro escucharlos chirriar. Cuando los demás callan entonces él se manifiesta con brevedad, haciéndose oír con mayor vigor y con elevados agudos. El grillo silente alcanza su objetivo de la manera más eficiente y en el oportuno momento en el que solo él será oído por el receptor adecuado. La gran virtud del grillo silente es su atenta paciencia, su paciente atención.

El singular insecto me recordó el viejo refrán que afirma que si la naturaleza nos dio dos oídos y una sola boca fue para que escuchásemos el doble de lo que hablamos. El problema de los que hablan demasiado es que tienden a oírse solo a sí mismos, siendo cada vez más ajenos a lo que sucede en su entorno, pueden intuir lo que pasa a su alrededor pero son incapaces de dar las respuestas adecuadas, las soluciones correctas o las aportaciones necesarias. Desde hace unos años cada vez que se cierran los colegios electorales solo cabe esperar la sorpresa más inesperada. Los grillos silentes han sonado con demasiado estruendo en las que ya han dejado de ser las grandes fiestas de la democracia, bien sean comicios o refrendos. Han hecho sonar sus chirridos de temor a una globalización tan mal explicada, tan mal ejecutada, de una manera tan precipitada y grosera, que han visto en ella al peor de los maleficios, la amenaza externa de la usurpación del bienestar.

Más allá del natural objetivo del apareamiento, el canto del grillo silente tiene una faceta negativa, la atracción de los depredadores, de los oportunistas camuflados en la oscuridad de la noche. Mientras los que tanto hablan y tan poco oyen siguen con sus concienzudos análisis sin ofrecer soluciones, aparecen los grandes especuladores envueltos en banderas patrióticas, clamando blindar las fronteras de sus pueblos. Posiblemente no me reencontraré más con tan raro insecto que desde el trópico cruzó mares, desiertos y cordilleras, la estupidez humana le convencerá que no debe cruzar los puntos y rayas trazados en un mapa. 

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