Después de haber dedicado números anteriores a los barcos (2012) y los aviones (2013), la revista "Litoral" completa ahora una trilogía sobre las máquinas viajeras con su última entrega, que recoge la poesía y el arte dedicados a los trenes, un tema muy prolífico a lo largo de la historia.
"El tren y las estaciones son una metáfora de la vida y, al mismo tiempo, de todas las máquinas es la más tierna", afirma a Efe Lorenzo Saval, director de esta revista que acaba de cumplir noventa años desde su fundación en 1926 y que está próxima a alcanzar los cincuenta años de publicación de forma ininterrumpida.
Para Saval, las estaciones o el humo de la locomotora "tienen una plástica espectacular y un trasfondo melancólico y romántico apasionante, en el que mucha gente se ha volcado en cuentos, poemas, relatos y novelas".
La trilogía sobre máquinas viajeras se completa pues "con la que más fascinación ha causado siempre", y lo hace repartiendo sus contenidos en capítulos que aluden a elementos como los oficios, las estaciones, los andenes, las vías y señales, los billetes, el equipaje, los puentes o los túneles.
Como es habitual, "Litoral" se rodea de colaboradores de primer nivel como Juan Manuel Bonet, que abre este número con un paseo sobre la presencia del tren a lo largo de la historia del arte.
A ello se suma un largo trabajo de selección de textos e imágenes de esta temática en el que se ha conseguido "que en muchas ocasiones cuadren y parezca que una cosa está hecha para la otra", ha resaltado Saval.
"¡Cuán tierna la estación, sólo nido de tránsito, abre un vuelo de trenes hacia el aire lejano!", proclamó Luis Cernuda, mientras que Caballero Bonald escribió que "una mujer está esperando en el andén de una estación vacía" y que "ya nunca podrá irse, porque no sabe nadie que está aquí".
Antonio Machado relató que "corre el tren por sus brillantes rieles, devorando matorrales, alcaceles, terraplenes, pedregales, olivares, caseríos, praderas y cardizales, montes y valles sombríos".
"Dejemos la ciudad, sus calles locas, sus muchedumbres de árida piel, dejemos los periódicos usados. Vamos a tomar el tren", dijo Blas de Otero, y Jorge Guillén comenzó un poema con los versos "El despertar, una estación, y mi cuello casi torcido, niebla, puntos rojos, carbón".
El onubense Juan Ramón Jiménez contó que "Vamos llegando en el tren. Oscuro frío tranquilo. Y parece -en un trastorno constante- que llegamos a la vida, de la muerte; que llegamos a la muerte, de la vida", y Concha Méndez aseguró que "los trenes de la noche pasan gritando. Corazones de sombra dejan temblando. Y la noche se enciende de campanillas, del claror que desprenden sus ventanillas".
"El tren pasa ocultándose, asomando entre malezas y árboles", señalaba Gerardo Diego, mientras que el chileno Pablo Neruda relató que "el tren transiberiano va devorando el planeta. Cada día una hora desaparece ante nosotros, cae detrás del tren, se hace semilla".
Y para Pedro Salinas, "en todos los trenes del mundo, en todos los largos vagones de los trenes del mundo, hay un niño que salta y que se ríe. Hay un niño que no sabe contar las millas, ni entiende el reló todavía, que ignora los nombres geográficos y salta y se ríe, y se duerme a ratos, y se despierta, todo gozoso de ir en el tren".