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Sevilla

Curas “rojos” según Sevilla

En diversas épocas, parte de la sociedad sevillana tachó de “rojos” a personajes que luego fueron valorados por sus servicios excepcionales a la ciudad...

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  • Los cuatro curas "rojos" -

En diversas épocas, parte de la sociedad sevillana tachó de “rojos” a personajes que luego fueron valorados por sus servicios excepcionales a la ciudad. Fueron los casos de José María Blanco White, Alberto Lista, Francisco Tarín y José María Javierre.

En todos los tiempos, una parte de la sociedad sevillana tachó de “rojos” a personajes que luego fueron valorados por sus servicios excepcionales a la ciudad. Fueron los casos de José María Blanco White (Sevilla, 1775-Liverpool, 1841), Alberto Lista (Sevilla, 1775-1848), Francisco Tarín, (Godelleta, Valencia, 1847-Sevilla, 1910), y José María Javierre (Lanaja, Huesca, 1924-Sevilla, 2009), cuatro sacerdotes que fueron figuras señeras de la Iglesia y de la cultura de su tiempo. Y todos ellos, también, unidos por el mismo vínculo sociológico sevillano de haber estado en el punto de mira de los críticos más intolerantes. Tarín y Javierre, además, no habían nacido en Sevilla.

Como sucedió con el asistente Pablo de Olavide (Lima, Perú, 1725-Baeza, Jaén, 1803), el “tribunal del tiempo” (Voltaire) les dio la razón y los puso en su lugar histórico, aunque el reconocimiento público les llegó después de su muerte, salvo en el caso de Javierre, que en vida gozó de la consideración social de la mayoría de los ciudadanos.

José María Blanco White, personaje que conocimos inicialmente por el profesor Antonio Garnica (Autobiografía de Blanco White, 1975) y después por el ensayo España (Alphar, 1982), traducido y anotado por María Teresa de Ory Arriaga, mucho antes de que Internet hiciera posible el acceso a sus obras y biografías, reúne todas las características del intelectual y pensador que no sólo analiza su tiempo con valentía y lucidez excepcionales, sino que se adelanta a los hechos contemporáneos y alerta del inmediato futuro. Su marcha, mejor su huida, de la ciudad intolerante, agiganta su obra en Inglaterra y hoy lo convierte en referencia obligada para quienes buscan la libertad.

Alberto Lista, contemporáneo de Blanco White, no buscó aire fuera de Sevilla, y aquí vivió su particular calvario por ser una persona avanzada que, fundamentalmente, luchó por la enseñanza y fundó el Instituto de San Isidoro, modelo de escuela liberal que recibió el rechazo de parte de la nobleza y la alta burguesía. Estas clases sociales se negaron a enviar a sus hijos varones al citado Instituto, tachado de liberal, y mantuvieron a sus hijos estudiando en sus propios domicilios con maestros particulares. Fue la familia Benjumea la primera que rompió el boicot y allí estudiaron Rafael y Joaquín Benjumea Burín, próceres sevillanos con biografías excepcionales. Lista se enfrentó al caciquismo rural que había condenado al analfabetismo a generaciones de niños y niñas de obreros del campo.

Francisco Tarín, misionero jesuita, llegó a Sevilla de paso para Marruecos y cuando conoció la vida en el barrio de San Roque, en la calle Conde Negro, decidió quedarse aquí y dedicar su misión a los tuberculosos del barrio, principalmente a las prostitutas y delincuentes. Fue profeta que vaticinó la tragedia de los años treinta y advirtió del odio de los pobres hacia los ricos y la Iglesia, que estaban de espaldas a la dramática realidad que sufría el pueblo. Decía misa y hablaba en la iglesia parroquial de San Roque, cuando estaba en la capital, pues siempre estaba de visita pastoral por los pueblos sevillanos, y al final del acto litúrgico los feligreses, todos obreros anarquistas, le sacaban en hombros y le paseaban por la plaza de Carmen Benítez, entre aplausos.

O sea, tres “rojos peligrosos” de la época que recibieron críticas feroces, descalificaciones sociales y el rechazo de una parte de la sociedad influyente.

Ya en el siglo XX, el testigo de la lucha contra la intolerancia y a favor de la libertad, lo recogió el sacerdote, periodista y escritor José María Javierre. El cura Javierre abandonó pronto el terruño para ejercer de vicerrector en el Pontificio Colegio Español de Roma, ocupando después el rectorado del Colegio Español de Múnich. Y durante una década la Providencia le preparó para una tarea que por entonces ni soñaba. Sus experiencias fueron excepcionales, además de observador desde el exterior de las complejas realidades sociales y políticas españolas.

Luego, entre el 2 de abril de 1969 y el 29 de abril de 1972, el cura Javierre fue director de El Correo de Andalucía. Y el veterano “correíllo”, bajo la batuta del cura Javierre protagonizó la más significativa etapa de su historia ya entonces casi centenaria, después de la fundacional en tiempos muy difíciles para la Iglesia española.

Puede afirmarse que el cura Javierre es protagonista y testigo de excepción del período crítico de la Iglesia del tardofranquismo, que tuvo en el Palacio Arzobispal de Sevilla uno de los más importantes epicentros, o quizás el más insospechado y eficaz para el proyecto de transición eclesiástica. Una tarea en la que, junto a José María Bueno Monreal, tuvieron papeles estelares sus obispos auxiliares, José María Cirarda Lachiondo y Antonio Montero Moreno.

Biógrafo apasionado de Spínola, sor Ángela y Tarín, que se vinculó a Sevilla por devoción y espíritu misionero. Como el padre Tarín, vino a Sevilla de paso y se quedó para siempre... Y aquí en Sevilla, en los tiempos apasionantes del tardofranquismo, protagonizó los más polémicos y trascendentes episodios, gran parte de ellos guardados con discreto silencio en su conciencia, hasta llegar a merecer el título de Hijo Adoptivo que le concedió la Corporación municipal con buen criterio, así como la rotulación de una avenida en la Carretera Amarilla.

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