Es frecuente que en nuestras casas haya una maceta de cintas. La alternancia del verde, blanco y verde de sus hojas sugieren un homenaje a nuestra tierra,a la vez que en su disposición evocan un surtidor de vida. Es habitual verlas engalanarse con unos largos estolones de los que brotarán flores blancas e hijuelos. La planta madre irá distanciando con rapidez a los vástagos, desconociendo como podrá irles si llegan a tocar tierra. Este desapego maternal llevó en tiempos pasados a que la sabiduría popular bautizase a esta planta como malamadre. Bien pudiera servir hoy esta preciada plantacomo símbolo del éxodo juvenil vivido en esta década. España se ha portado con ellos como una malamadre, los ha distanciado con excusas zafias de sus gobernantes, como que se trataba de movilidad exterior o que estábamos inmersos en una crisis sin precedentes, cuando realmente nos ahondaban en una contrarreforma del estado del bienestar. Una contrareforma tan cruel y mísera que le ha importado más el enriquecimiento de los ricos que el empobrecimiento de los que no lo eran, o el abandono a su suerte de una juventud a la que de manera cínica se le pide que ahorre de lo que no adolece.
El éxito de las malamadres de nuestras macetas domésticas se debe a que,en su aparente gracilidad, son tan resistentes que superan los rigores extremos de vivir en el interior de una casa, tan confortable para nosotros como estresante para las plantas que cultivamos en ellas. Lo que nos seduce es el verde que proclama la esperanza de renacer con vigor, y cuando lo haceel ver cómo crece con una celeridad vertiginosa. La mismaesperanza que en nuestro símil acoge la ilusión del retorno de ese más de un millón de emigrantes, jóvenes en su gran mayoría, bien formados y políticamente activos. Su experiencia y valentía hace más creíble su implicación en la trasformación y regeneración de un país diezmado, agotado en sus denostadas formas depoder. Retornad prontolos que aquí se quedaron os necesitan. Volved os lo requiere el futuro de todos.
