En el PP siempre ha triunfado una máxima interna: la disciplina por encima de todo, entendida como fidelidad incuestionable hacia los máximos dirigentes en sus respectivos ámbitos. En ese sentido, en el de la organización y sentir interno, el PP siempre ha sido la antítesis del PSOE: sin escándalos, sin suspenses, sin traiciones y sin todo aquello que propicia la unanimidad con la que los populares han seguido sus procesos de renovación hasta ahora.
La palabra primarias siempre ha amagado con producir urticarias cada vez que la ha pronunciado alguien del PP, y a la prueba está la precipitación y sonrojos con la que se han tenido que enfrentar a ellas esta misma semana. Un mes antes a nadie se le pasaba por la cabeza que fuese una opción, y menos aún que el partido quedara retratado con la lista de inscritos. Por lo demás, el resultado no solo ha quebrado la máxima disciplinaria, sino que ha hecho al PP más parecido al PSOE de lo que se habría atrevido a suponer en su historia reciente. Los populares han dejado de ir a muerte con su líder, para tener que decidir si matar por alguno de los que quieren serlo. Las primarias, definitivamente, las carga el diablo.
De momento, cuanto apuntaban los analistas en los momentos previos al inicio del recuento de los votos ha quedado en cuarentena: “el más votado este jueves será el nuevo líder del partido, sin necesidad de ir a una segunda vuelta”. Tal vez porque ninguno pensaba que Pablo Casado fuese el segundo en votos, ni que culminase su remontada, desde la nada, y sin apoyos expresos de nadie, a escasos 1.600 votos de Soraya Sáenz de Santamaría. De hecho, si nos atenemos al sentido disciplinario que siempre ha guiado al partido, eso hubiese sido lo lógico, o más aún, lo inevitable, un ya está bien de espectáculo; aunque parece evidente que ese argumento no es suficiente en este momento para convencer a Casado, que sigue hablando de Soraya en términos de adversaria, casi como de quien se refiere a alguien de la oposición, mientras ella apela al sentido de lealtad institucional insuflado en los años del marianismo: un equilibrio zen amenazado ahora por un tenguerengue inesperado.
En realidad, la ganadora de la primera vuelta sabe que ese discurso es el que la avala y la autoriza frente a Casado, porque es el que apela al corazón de los barones del partido, al sentido común atesorado por el PP, así como la única forma de derrotarle de antemano, incluso hasta obligarlo a ceder a las presiones que va a tener que afrontar durante los próximos días en favor de una candidatura única en la que pueda terminar optando a su propia parcela de poder. Todo sea por el partido, que en el fondo es lo mismo que decir por el poder de uno solo, eso mismo a lo que no quiere renunciar en este momento.
La batalla por esa candidatura única ha comenzado por las bases. En la provincia de Cádiz, Antonio Sanz, que hizo campaña por Soraya de Santamaría, ya lo ha expresado de cara a los 51 compromisarios que participarán en el Congreso Extraordinario del día 20, y ya ha sido interpelado por el alcalde de Vejer, José Ortiz, y partidario de Casado, para que mantenga la neutralidad en el proceso. En definitiva, la disciplina frente a la alternativa, y la primera tratando de ahogar a la segunda, como si ésta fuera un mal remedo de otro partido. No hay otro retrato en este momento.
En cualquier caso, la buena noticia para el PP es que todo habrá acabado, o empezado sin más, en apenas un par de semanas, y eso es algo que va a agradecer para afrontar un periodo preelectoral muy complicado, a tenor del macrosondeo que hemos publicado esta semana y en el que el PP aparecía en la provincia como la cuarta fuerza en votos en unas elecciones autonómicas. Es cierto que el estudio de campo de la encuesta tuvo lugar en un momento decisivo, tras la moción de censura a Rajoy, pero también que hay una tendencia a la baja desde marzo de 2015 que sitúa al partido en una posición delicada de cara a sus aspiraciones electorales más inmediatas y ante la incertidumbre de conocer el impacto de la nueva dirección que afronte ahora el partido.