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Ya sé por qué le llaman ciego

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Ya sé por qué le llaman ciego. Porque la mente se idiotiza. Libre de prejuicios y barreras.

Se entornan los ojos y la sonrisa se te vuelve absurda. Porque encima suena música en tu cabeza y se apodera de cada uno de tus huesos. La sientes fluir por los músculos, corriendo y recorriendo vena tras vena. Consiguiendo erizarte, como por arte de magia cada uno de los vellos de tu piel.

Sientes que te sobra el mundo. Y te regocijas en tu propio aislamiento.
Ya sé por qué le llaman ciego.

Solo ves su sonrisa, a poco que te esfuerces. Porque para evadirte te sobra la evasión. Sus ojos como a cámara lenta para leer cada uno de sus gestos maravillosos. Flotas porque tu cuerpo es tan volátil como el ardor que sientes en la garganta. Porque tu cuerpo ha pasado a ser segunda parte.
Solo su sonrisa, tú y la música.

La música que hace con tus pies coreografías imposibles.

Te ríes. Primero al descubrirte pillada. Al comprobar por ti misma que no ibas a llegar a controlarlo. Una sonrisa. Como si te vieras reflejada en el espejo de tu propia conciencia. Y te encoges de hombros. Ya ... Ya no tiene remedio. Entonces llega la risa tonta. La mejor. Porque te ríes de ti misma. De tus contradicciones. De tus alegatos ardientes. De tu defensa inmune. De tus autos de fe. De tu atrevimiento. De tu secreto.
Y la risa se convierte en el tónico exfoliante de todos tus adentros.
Vives la paz en toda su materia.  Y no dejas de reír.
Sí, ya sé por qué le llaman ciego.

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