El tiempo en: Vejer

Sin Diazepam

Hijos de la hiel y la miel

Al amparo de las verdes caricias que cada amanecer, desde que el tiempo es tiempo, regala el Genal, entre suspiros de piedra caliza, el mundo te vio nacer

Publicado: 06/03/2020 ·
12:39
· Actualizado: 06/03/2020 · 14:00
  • Mi madre, Isabel Perales, reconocida por la Diputación Provincial de Málaga.
Autor

Younes Nachett

Younes Nachett es pobre de nacimiento y casi seguro también pobre a la hora de morir. Sin nacionalidad fija y sin firma oficial

Sin Diazepam

Adicto hasta al azafrán, palabrería sin anestesia, supero el 'mono' sin un mísero diazepam, aunque sueño con ansiolíticos

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  • Y ahora Málaga te rinde homenaje y la humildad se hace nervio y se silencia tu boca que tantas cosas tiene que contar
  • En el calendario más soledades y golpes brutales. Pero tu risa, presente. Pero tu mente, siempre preocupada por el más débil

Con la primavera, a la vuelta de la esquina, paleta en mano, dispuesta a colorear los alcornoques, los quejigos, los olivos y los castaños. Con los primeros bostezos, al día que se alarga, de los corzos y los tejones. Bajo la aérea mirada del águila real y el buitre leonado. Entre las sombras y las brumas que se estremecían de una España en guerra, de una España desangrada. Al amparo de las verdes caricias que cada amanecer, desde que el tiempo es tiempo, regala el Valle del Genal, entre suspiros de piedra caliza, el mundo te vio nacer.

El hambre vomitaba sus miserias en los platos y en las ollas. La pobreza reinaba y castigaba desde la ropa hecha jirones hasta tu tierna e inocente mirada

El hambre vomitaba sus miserias en los platos y en las ollas. La pobreza reinaba y castigaba desde la ropa hecha jirones hasta tu tierna e inocente mirada. Tus pupilas, color miel, ansiaban la lectura apagaba en aquellos malos tiempos para los libros. Querías aprender pero una invisible mano no te dejaba. Y fuiste creciendo, arañándole la cara al destino, engañando a la dictadura del dinero con suaves, pero firmes giros, dejando atrás el sosiego de un valle esclavizado por el sonido de las campanitas de los señoritos.

En el camino, chinas en los zapatos. A servir en casa de los ricos. A escondidas, sorber un consomé y sin querer comerte un huevo escalfado. A ser madre sin nadie, a ser madre de todos nosotros. Madre en el extranjero, lejos de tu tierra, madre entre especias, madre sobre un suelo de hule y madera.

En la cocina, se forjó mi recuerdo, se cocinó la memoria. Tus manos, tus manos son benditas por los alimentos que nos permitieron crecer y ser lo que hoy somos. Tus hijos. Los hijos de tu fortaleza. Los hijos de tu determinación. Los hijos que se amamantaron al sístole y diástoles de tu hercúleo corazón. Los hijos de la humildad personificada en cada poro de tu piel. Hiciste de la hiel nuestra miel.

En el calendario más soledades y golpes brutales. Pero tu risa, presente. Pero tu mente, siempre preocupada por el más débil. En Marruecos, mientras que las extranjeras se aprovechaban de la pobreza, niños descalzos llevando sus compras, tú no escondías las raíces de tu alma repleta de idas y venidas. Al hambre derrotaste entre los fogones, a base de recetas para sacar de un pollo tres comidas.  Al destierro de la pobreza lo hundiste con un solo pensamiento: volver a Benadalid, al valle de tus primeros destellos.

Y volviste. De la mano una fiera mansa que llora su suerte al tenerte. Y el pueblo se enamoró de ti. Un pueblo que ya era otro Benadalid. Más libre, con los señoritos empequeñeciéndose al ritmo que crecían los que en el pasado acudían al son del tañer de sus puñeteras campanitas. Sola aprendiste a leer, pero nunca quisiste dejar de aprender, así que tu mirada se coló por los resquicios de la escuela de adultos. Sola aprendiste a cocinar y tus platos se abrieron al pueblo, desde una venta, desde una feria, desde la ventana de tu casa recortada por un limonero.

Y ahora Málaga te rinde homenaje y la humildad se hace nervio y se silencia tu boca que tantas cosas tiene que contar. Las escribes en tu blog. Las repito desde este mi amor. Que le den al dinero, que le den a la pobreza, que le den por saco a quienes juzgan nuestros bolsillos. Que le den a las dictaduras, que le den a los que nos cierran los libros. Que les den a los hijos de urta que insisten en hundir la mirada de los niños. Que le den a las fronteras, que le den a las banderas. Que le den al rico que llora en la mesa porque jamás ha probado ninguna de tus riquísimas recetas. Eres el pilar de mis manos que aprietan cada tecla en busca de esa frase que describa a la perfección cuánto te quiero, cuánto te queremos, mis hermanos y yo, los hijos de la hiel que convertiste en miel.

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