La tierra sin junco es forma pura cerrada al porvenir: confín de plata, advierte Lorca en su Diván del Tamarit. Resistiré, la canción del Dúo dinámico, se ha convertido por derecho propio en el himno español contra el coranavirus. Gracias a ello jamás una planta fue tan popularmente aclamada como el junco. Soy como el junco que se dobla, pero que siempre sigue en pie. Si hay una planta propia que identifique el carácter español, es sin lugar a duda el junco, por encima del advenedizo clavel. El junco es sobre todo la más exquisita construcción del ingenio arquitectónico de la Naturaleza, incapaz de ser reproducido por la técnica humana, que la hace una de las plantas más avanzadas de la evolución. En su origen latino Junco alude a la capacidad de unir, de vincular, nada tan definitorio de estos días, a lo que hay que añadir que por extensión usamos junco para aquel que se mueve con elegancia y juncal como símbolo de gallardía. Quienes vieran la serie televisiva con tan botánico nombre, interpretada magistralmente por Paco Rabal, entenderá a que me refiero.
No hay mejor manera de conocer la xenofobia que sentirla en carne propia. Hace años durante una reunión en un alto organismo internacional en Ginebra pude sentir el desprecio de los países nórdicos hacia las tribus del Sur, como ellos decían, en las que nos incluían a lusos, galos, romanos e hispanos. Mi buen amigo Antonio Troya ante mi crispación me serenó advirtiéndome que no era desprecio si no envidia de nuestra forma de entender la vida y de nuestro espíritu juncal. Por eso ya no me han irritado las palabras de aquel mandatorio norteamericano maquillado en su cara y su palabrería de tramposo chocarrero, ni la de un ministro de los países más bajos envuelto en harapos de trasnochadas banderas calvinistas. Sus bufonadas nos doblarán en una efímera postura sin saber que nos erguiremos con la fuerza del secular ingenio mediterráneo. A buen seguro un junco churrero engarzará sus bufidos como tejeringos que se desharán en humeante chocolate caliente. Los juncos crecen unidos y hunden sus raíces en lo más profundo hasta donde encuentran el agua de la vida que mantiene enderezados sus elegantes y flexibles tallos. Sigamos la estrategia del junco.