Con los sentidos puestos en la actualidad de Cádiz, España y el mundo y oteando de reojo lo que irremediablemente parece que se convertirá en un nuevo confinamiento colectivo a consecuencia de los continuos contagios producidos por el COVID-19, la Archicofradía de la Palma sigue rezando. Reza de noche y reza de día. Reza porque de catástrofes más duras y difíciles nos ha librado su pequeña imagen titular: Nuestra Señora de la Palma Coronada ¿Por qué no iba a librarnos ahora de esta pandemia que nos acecha?
El pasado domingo 1 de noviembre se cumplieron 265 años de uno de los acontecimientos históricos que -ligado al prodigio de los milagros de la virgen- nos permitió estar donde hoy estamos. Un maremoto se tragaba a la ciudad de Cádiz y la Viña se hacía dique milagroso de fe y devoción.
Era el conocido como “Maremoto de Lisboa”. La capital portuguesa sufría un terrible terremoto de una magnitud aproximada de 9 en la escala Ritchter. Lisboa quedaba completamente demolida, no solo por el enorme temblor, sino también por un gran incendio que terminaba carbonizando casas, campos y grandes monumentos.
El núcleo central del movimiento sísmico se ubicaba en la zona sureste del Atlántico y el choque de las placas tectónicas provocaba una serie de olas en el mar llegando a tierra en forma de Tsunami. El Golfo de Cádiz fue uno de los más afectados por esta catástrofe natural y en concreto las ciudades de Cádiz y Huelva. El mayor desastre natural de la Historia de Europa en los últimos milenios, registrando decenas de miles de muertos. El terremoto y posterior maremoto que la mañana del Día de Todos los Santos de 1755 azotó el continente europeo, fue de unas dimensiones tales que sólo las imágenes del “tsunami” asiático pueden servirnos de referencia para alcanzar a comprenderlas.
Cuentan que Fray Bernardo, un fraile capuchino que oficiaba misa en la Iglesia de la Palma, no dudó al ver llegar las aguas amenazantes en pedir clemencia al altísimo. Tomó un crucifijo entre sus manos y el capellán que lo acompañaba elevó el estandarte de la Virgen a los cielos. Se situaron en plena calle a escasos metros del templo y el capuchino exclamó: "Hasta aquí, Madre mía". Entonces cesaron las aguas y remitió el fuerte oleaje.
El estandarte que dicho capellán enclavó en plena calle de la Palma, aún se venera en la Iglesia, desde donde fue sacado para detener el maremoto y un cuadro de la virgen se sitúa en plena calle justo en el punto donde se produjo el milagro.
Así las cosas, tras más de dos siglos, la Archicofradía de la Palma sigue conmemorando dicho suceso conocido a nivel mundial. Sin embargo, a consecuencia de la crisis del coronavirus, el día 1 de noviembre fue atípico en el barrio de la Viña, pues la Hermandad se vio obligada a suspender los actos habituales.
Así, el tradicional Rosario público hasta la Caleta no fue permitido por las autoridades, por lo que los cofrades de la Palma decidieron mantener sólo la bendición de las aguas en un reducido grupo compuesto por los miembros de la Junta de Gobierno y un sacerdote, quienes acudieron a la muralla sobre la playa gaditana con el Simpecado y el Crucifijo del maremoto para celebrar el anual acto. Más tarde, y con las restricciones de aforo pertinentes, celebraban en la Iglesia la Función Votiva en honor de la Virgen presidida por el Obispo Monseñor Rafael Zornoza Boy. Culminaban los actos con la gran ausencia de la tradicional procesión de alabanza de la mística Palma por las calles del barrio de la Viña.