Pensaban conocer gente en clase, poder compartir ideas en la cafetería o la biblioteca de la universidad y, claramente, ir de fiesta con los grupos nuevos. Pensaban que harían lo que hicimos todos en nuestro primer año de facultad. Sin embargo se han topado con una realidad muy diferente en el marco que nos deja la pandemia.
Es complejo mantener la atención tras una pantalla, ya que por mucho que pongas de tu parte hay muchas distracciones”“Claramente, mi vida universitaria de primer año la imaginaba totalmente distinta”. Ana Astorga tiene 20 años y se ha mudado este año desde Cádiz, su tierra natal, hasta Murcia para estudiar Enfermería en la UCAM. Allí aún sigue habiendo clases presenciales, aunque solo una de cada tres. Las otras dos sí se realizan online. Esta estudiante se muestra muy crítica con los que nos gobiernan. “Con todo el tiempo han tenido los políticos de preparar un segundo escenario para esta segunda ola, que sabíamos que iba a llegar, no han sabido darle prioridad a la situación y en el tema educativo se nota mucho la falta de manejo en materia tecnológica”, argumenta. Cree que “se han preparado en base a lo que pasó hace unos meses, pero no han hecho por perfeccionar y adelantarse en lugar de esperar a que las cosas sigan empeorando”. Considera que la falta de clases presenciales “se nota mucho en carreras sanitarias con una gran parte práctica”.
Yeray López también es gaditano. A sus 19 años ha aterrizado en la capital andaluza a comienzos de cursos para estudiar el Grado de Periodismo. Aunque tampoco se ha encontrado la realidad que esperaba. “Todo el mundo asocia el primer año de universidad al mejor de la etapa estudiantil, con ese cliché de que es una época de sociabilizar, madurar, independizarse para algunos por primera vez y, en definitiva, de desarrollo. Con la pandemia ese desarrollo y sociabilización es muy difícil”, nos cuenta. “Ideamos el primer año como si fuera fantástico, también conociendo a otra gente, creando nuevos grupos… y ahora está todo paralizado”. Reconoce que la situación es “una decepción” llegando al “agobio”.
Sobre el sistema online lo considera “disperso” porque “es complejo mantener la atención tras una pantalla”, ya que “por mucho que pongas de tu parte hay muchas distracciones”.
Yeray, al igual que Ana, están viviendo en otra ciudad con los gastos que ello conlleva. Los alumnos, normalmente, pagan pisos o residencias porque tienen que residir cerca de la universidad. Sin embargo, con la educación telemática, este gasto deja de tener mucho sentido. “Con las nuevas normativas es muy frustrante tener que pagar el alquiler de una casa en esta situación”, comenta.
Lucía Fernández de 18 años, por contra, se ha quedado a estudiar en Cádiz. Está haciendo un Grado de Psicología en la UNED que, hasta hace unos días, seguía manteniendo clases presenciales. Sin embargo para poder acudir tiene que pedir cita, algo que antes no se hacía porque no había limitación de aforo. “Yo lo que quería de la vida universitaria era estar con los compañeros, pero ni siquiera tenemos tiempo de socializar entre clases porque en ese tiempo tienen que limpiar el aula por si llega algún alumno nuevo o cambia el profesor”, nos explica.
Para Lucía “lo peor son las clases online”, porque “se conecta muchísima gente y llega un momento en el que la plataforma se cuelga provocando que tengamos que desconectarnos y volver a hacerlo”. Además señala que “el profesor, mientras explica, tiene que estar leyendo las preguntas que le vamos haciendo y al final la hora se va volando entre las distintas cuestiones que se apartan del tema”. Prefiere claramente la asistencial.
También lamenta la fórmula elegida para los exámenes, “nos están grabando durante la hora y media que duren para comprobar que no hablamos con nadie ni copiamos”, y en algunas asignaturas “incluso nos han bajado el tiempo, supuestamente, para que no podamos buscar la información”. Otra de las cosas que cambian para ellos es el tema de las prácticas, que “en lugar de hacerlas en el laboratorio las haremos en casa”.
En cuanto a la relación con los compañeros, ella echa de menos el contacto. “Lo guay de la vida universitaria es poder quedar con los compañeros, ir a estudiar juntos a la biblioteca o las salas de estudio… y ahora con la distancia social es muy complicado mantener la normalidad de promociones anteriores”.
La “culpa” a los jóvenes
Según las medidas adoptadas y las informaciones volcadas diariamente en los medios, todos señalan a la juventud como responsables del aumento de casos de coronavirus. Yeray reconoce que “hemos sido muy irresponsables”. Pero por otro lado dice que “si te pones a pensar tampoco tiene mucho sentido achacarnos la culpa cuando hay autobuses que están llenos, sin equipos de limpieza en las paradas o los salones de juego están abiertos”. Cree que es “una excusa barata y el argumento fácil para no asumir la responsabilidad de que se están cometiendo errores en todos los ámbitos y en todas las edades”.
Por su parte Ana creo “que la culpa es de todos, aunque los jóvenes seamos los más señalados” y que “no todos somos iguales, porque en mi caso prefiero quedarme en casa el tiempo necesario y ya podré disfrutar más adelante”. Finalmente Lucía, la más joven de los tres, cree “que en los bares también hay personas mayores, no sólo estamos los jóvenes, pero nos culpan a nosotros para no sentirse tan mal”.