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Jaén

Catalina Umbrales

Muy pocos conocen la auténtica historia de Catalina Umbrales, y los que creen conocerla podrían estar realmente equivocados. Es lo que ocurre...

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  • Lagarto -

Muy pocos conocen la auténtica historia de Catalina Umbrales, y los que creen conocerla podrían estar realmente equivocados. Es lo que ocurre con la mayoría de leyendas que acaban mal, solo que ésta en concreto concluye de distinta manera para quien la escucha una primera y una segunda vez. Corrían tiempos difíciles para la ciudad del Santo Reino, batallas cruentas que enzarzaban a moros y cristianos entre sus empedradas callejas. Habiendo sido aniquilada la sierpe que atemorizaba a sus gentes, dícese que el glorioso vencedor de tan legendaria afrenta colmó de riquezas su nombre y el de sus futuros descendientes. Tal fue la osadía de este caballero al acabar con la bestia de La Malena que convirtióse su espada en un lamento de justicia sobre el lagarto, desde este momento seña inconfundible para el pueblo. De profundas raíces cristianas, Catalina Umbrales suspiraba en su eterna amenaza contra los moros, y arrobada por su devoción a La Coronada decidió acudir a esta Virgen de conocida intercesión por los cautivos. Algunos cuentan que gozaba de temprana viudez en su lozana planta, otros que no figuraba en casamiento alguno, pues el caso es que la historia no menciona mayor compañía junto a ella. No cesó en su empeño con la efigie de su devoción y rogó su intervención para frenar las tropas moras que arrasaban con fuerza creciente las colinas del antiguo Jaén. Y quiso la Santa Virgen en una de sus visitas continuadas alumbrar el camino yermo de esta joven devota, por lo que en un fulgor de sus ráfagas concedió un favor a la doncella: “Anda en la busca del paladín, aquel que con astucia ha logrado derrocar a la misma serpiente que alimenta el pecado. Él sabrá como librarte de los infieles que asolan esta ciudad de Dios”. Catalina Umbrales recibió su encomienda con espíritu feroz y sorteando las corrompidas calles alcanzó la morada de su prometido deudor. Solo que el legendario paladín que encontró en su lugar andaba ya entrado en canas, un amasijo de huesos que otrora alzase en sus manos un vástago de paz. Lo cierto es que mientras su hazaña dormitaba en la memoria, el paladín asistía a su vejez con la celeridad natural de un héroe destronado. “Glorioso caballero, asid la voluntad de Nuestra Señora, la misma que me envía. La amenaza de estos moros infieles se cierne en nuestras plazas y no existe hombre capaz que enfrente a sus tropas”. El caballero, acuciado de su vejez, la invitó a marcharse con su bendición, mas la joven insistió con inocente apuro: “Si derrotásteis a la bestia que moraba en La Malena con absoluta astucia, ¿qué será un duelo con hombres de fe errada? Oíd que la mismísima Coronada es quien me manda”. A lo que el hombre respondió: “Pues veo que sois joven, muchacha, y mirad que en estas manos arrugadas no aguanta sable alguno. Ya obtuve mi eterna gloria a cambio de librar de su miedo a este pueblo desagradecido y ningún credo hará que estos pies levanten lomas”. Catalina Umbrales se abandonó a la desesperanza y antes de partir escuchó el consejo que el victorioso paladín ofreció a su marcha: “Sabed que lo más importante es aprender a confundir a vuestro enemigo”. Con esta monición Catalina Umbrales volvió en sus pasos y, recreando al mortífero dragón,estudió a los moros que asolaban las plazas. Los vio rezar al Dios falso y quebrar las cruces de sus templos para calentar sus fuegos. Los infieles colmaban su amenaza y arrastraban al temor de los vecinos bajo su sombra. Fue entonces que Catalina acudió a un maestro del vidrio para encargar una obra particular: “Talladme una cruz de varios palmos y perfilad sus bordes con el más limpio cristal que encontréis. Con ella expulsaré a los moros de nuestras tierras”. El artesano trabajó alentado en su empeño y moldeó una bella cruceta tan deslumbrante como el mismo sol y tan brillante como la luna en primavera. A esto que con la obra bendecida por un notable párroco, Catalina Umbrales se personó en comitiva con los fieles hasta una plazuela en dominio de los moros. Los sables del enemigo rugieron con sorna a su llegada por contemplar la cruz enarbolada. Cuenta la historia pues que la doncella aunó el cristal al cielo con sentidas oraciones a La Coronada y que un resplandor con la fuerza de mil centellas acudió a su porte. El sol reflejóse en su pulido vidrio con tormentosa viveza, a tanto destello que hasta el más cruento de los moros clavase sus rodillas en el suelo. La amenaza de los infieles cesó por días. Sin embargo, cual arma que encuentra su doble filo, el párroco y los fieles no viendo venir aquella manifestación divina acusaron a la joven de mancillar la cruz de Dios con astucias paganas. Y Catalina Umbrales, la que debió pasar a la historia como libertadora de cristianos, acabó cayendo en un tristísimo desenlace que las lenguas pecaminosas reproducen en distintas tragedias. Mas sí sabemos que su cruz fue arrojada en una sima y aparecióse tiempo después a unos pastores, liberándola de su olvido permanente. Dicen que la llamaron de Jaspe, sin saber de su verdadera historia. Y al tiempo que el glorioso paladín de La Malena pregonaba su leyenda, la vetusta historia de Catalina Umbrales murió sin más, y reventó su ausencia en los siglos venideros que enfrentaron ejércitos del Santo Reino. Como si de un lagarto se tratase.

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