Cuando aún no sabemos la fecha del día después, ni siquiera si llegará ese rubicón o tendremos que convivir con esta pesadilla con mayor o menor incidencia durante un largo periodo, resulta imprescindible plantearse algunas preguntas con bastante antelación porque debe estar en nuestras manos contestar estos interrogantes pensando en un futuro mejor para nuestra sociedad.
El destrozo económico, laboral y social va a ser tan mayúsculo que los poderes públicos tendrán, a buen seguro, que adoptar medidas restrictivas e impopulares. Pero, ¿quién o quienes pagarán el esfuerzo de la recuperación? ¿Volverán a ser las clases más vulnerables o será un sacrificio compartido? ¿Se repetirá la fallida respuesta a la crisis de 2008 de la que salimos con ricos más ricos, con la clase trabajadora pobre y las capas pobres aún más paupérrimas? ¿Apostarán de nuevo por el austericidio que acrecentó la desigualdad y sacrificó o condicionó el desarrollo profesional y vital de una generación de jóvenes? ¿Repetirán recortes en las garantías sociales del Estado del Bienestar?
¿Apostará la Unión Europea por una salida colegiada a la pandemia u obligarán a los países más afectados, como Italia y España, a solicitar un rescate financiero por el que, tarde o temprano, habrá que pagar peajes duros y seguro que dolorosos? Y ya en nuestro país, ¿Madrid y Cataluña, que están recibiendo ahora la solidaridad del resto de España con buena parte de sus recursos públicos, tendrán la sensibilidad recíproca cuando los territorios de menor riqueza sufran, como ya se ha visto en el paro registrado del mes de marzo, el mayor embate de la nueva crisis económica y social?
¿Valoraremos, más allá de las típicas palmaditas en la espalda, a los profesionales esenciales que, paradójicamente, no han sido nunca los más reconocidos por la sociedad? No está en los cánones de éxito social ser cajero o reponedor de supermercado, transportista, basurero, agente de los cuerpos de seguridad o enfermero. Sin embargo, ellos nos están salvando, ellos nos están garantizando nuestras necesidades básicas cobrando sueldos, en la mayoría de los casos, miserables.
Cuando pase esta pandemia, ¿seguiremos siendo el pueblo de los aplausos de agradecimiento a las 8 de la tarde, de la hermandad con nuestros vecinos, de la responsabilidad durante el confinamiento, del civismo en las colas de los supermercados y el de la solidaridad con las personas mayores? o ¿nos olvidaremos de todos estos valores pronto y volverán a imperar el egoísmo y el individualismo?
