En no pocas ocasiones he escuchado a los geniales periodistas Iñaki Gabilondo y Miguel Ángel Aguilar advertir de que en cualquier inundación lo primero que escasea es el agua potable. Esa es la metáfora a la que se enfrenta España desde hace algunas semanas por la gestión de la crisis de la pandemia del Coronavirus. La ciudadanía tiene acceso a un aluvión permanente de datos sobre el recuento trágico de fallecidos y positivos; sobre test rápidos, PCR realizados o materiales de protección de los sanitarios y de otros profesionales esenciales; sobre medidas económicas y sociales articuladas por los distintos gobiernos central, autonómicos, provinciales y municipales, y sobre las distintas fases de desescalada. Sin embargo, la confrontación política ha intoxicado cualquier fuente información con acusaciones y denuncias que cuestionan todo tipo de mensajes e impiden a la ciudadanía escrutar comparecencias, comunicados o medidas publicadas en el BOE.
Este mismo escenario se ha reproducido en Andalucía donde el discurso del agravio permanente con nuestra comunidad está siendo explotado hasta límites insospechados por la Junta. Tanto que el Palacio San Telmo va camino de dejar en meros aprendices o aficionados de la estrategia de confrontación al PSOE andaluz cuando era la maquinaría política mejor engrasada del país. Moncloa nos pisotea, nos condena, nos castiga, nos roba, nos maltrata, nos discrimina y nos agravia exclusivamente por razones políticas. Acusaciones gruesas que nos recuerdan casi miméticamente a mensajes secesionistas, pero que vociferan contra el Gobierno central no desde Barcelona, sino desde Sevilla y últimamente desde Málaga y Granada.
Tantas veces han sido castigados los andaluces por el Gobierno de Pedro Sánchez y la andaluza María Jesús Montero, según reiteran Moreno, Bendodo, Marín, Bravo, Aguirre y compañía, que estamos a un paso de no distinguir el agua potable. Cuesta pensar que cada día se levanten en Moncloa pensando cómo agraviar a Andalucía, pero esa es la idea que proyecta San Telmo en los argumentarios con los que inundan todas las comparecencias autonómicas. Hace bien la Junta en reclamar lo que crea suyo en el reparto de los dineros y en un trato justo en la desescalada, pero el discurso del pisoteo centralista empieza a perder efectividad, salvo para los talibanes que se deslizan con pericia en las arenas movedizas del siempre peligrosísimo populismo sanitario. El último episodio es un buen ejemplo de ello: cuestionar la desescalada asimétrica y el periodo de incubación de los 14 días en los que tienen que estar indefectiblemente todos los territorios antes de pasar de fase fueron paradójicamente dos de los pocos mensajes nítidos que trasladó el presidente Sánchez el día compareció para informar sobre el camino a la nueva normalidad.