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Alcalá la Real

El Hotel "Los Tres Amigos" (II)

Continuamos hoy con la segunda entrega de las tres que nos brindará el cronista oficial de la ciudad, Domingo Murcia Rosales, sobre la historia del emblemático Hotel "Los Tres Amigos"

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  • Hotel "Los Tres Amigos".

Mis intenciones eran buenas. Pretendía con esta segunda entrega terminar la serie sobre nuestro hotel. No ha sido posible, y pido al respetable y a la dirección de “Alcalá Información” me permitan una tercera, más dedicada a los recuerdos, a la intrahistoria -en definitiva-, una vez agotadas las fuentes documentales.

Como ya dije, el Hotel “Los Tres Amigos” se inauguró en 1963, hace un lustro. Hay unos años de silencio documental, correspondientes a la puesta en marcha y funcionamiento progresivo. El gobierno municipal había cambiado en 1965. La Alcaldía fue servida por Miguel Sánchez-Cañete Salazar.

El 20 de abril de 1967, Luis Abril y Lozano solicitó la instalación de un toldo para la terraza, al objeto de dotar de mayor confort y procurar la más agradable estancia a la clientela en la época veraniega. El mencionado toldo sería de color azul y beige,  mediría 24,60 de largo por 17,22 de ancho, y llevaría estampadas inscripciones alusivas al título del hotel, cafetería, bar, restaurante  y las firmas patrocinadoras. Con el informe favorable del concejal de Obras y Urbanismo se concedió la licencia correspondiente.


Y siguió el propósito del paso de comunicación con el paseo de los Álamos. Gregorio Abril, director del hotel, solicitó la apertura de una puerta, la famosa puerta (30-06-1967). Argumentaba su petición en que “con bastante insistencia se le viene mostrando el deseo por parte de la clientela de dotar el establecimiento de un acceso directo al lateral derecho del paseo… a fin de evitarse las molestias de tener que hacer un rodeo considerable para entrar por las puertas principales… cuyos accesos, por añadidura, están casi siempre obstaculizadas por el aparcamiento de vehículos…”  El informe del perito aparejador municipal fue favorable, comunicando que no iba a afectar a los árboles, sólo a un rosal y pequeñas plantas del jardín. La Comisión Permanente trató el asunto en la sesión del 8 de noviembre de aquel año. El alcalde se ausentó de la reunión por considerar que era incompatible. Presidió un teniente de alcalde. Se llegó a los acuerdos de conceder el acceso, de que fuera una puerta tipo verja con dos hojas abatibles, de que la tarea fuera ejecutada bajo la dirección de la Oficina Municipal de Obras y a expensas del solicitante y de que la concesión sería sólo por el tiempo en que el edificio fuera hotel y que, por consiguiente, no suponía una servidumbre.

Hay nuevo período sigiloso y llega el año 1974. Era de esperar. Las instalaciones del hotel, que tan alabado comentario habían conseguido en su inauguración, se quedaron obsoletas. Nadie comprendía la inexistencia de unos servicios individuales, la calefacción y otras infraestructuras propias de un edificio moderno. El 15 de noviembre Construcciones Barranco, de Jaén, pedía licencia para reformar en parte la tabiquería interior. Con el informe favorable del aparejador, que estimaba el coste en unas 100.000 pesetas, la Permanente concedió licencia el 11 de diciembre. El Hotel pagó 3.000 pesetas de tasas (3 % del presupuesto).

Vino después el tema de la calefacción. El 24 de abril de 1975, Gregorio Abril solicitó la instalación de un tanque de fuel-oil, que habría de colocarse en la parte delantera del edificio. Su capacidad sería de 20.000 litros. El dossier es amplísimo y el procedimiento seguido, mucho más. Lo elaboró la empresa PREIN, Oficina Técnica Industrial y de la Construcción, de Granada. En la Memoria se dice que se había hecho a petición de don Jaime Pérez Aranda, que el edificio se había quedado antiguo y que el uso iba a ser para la producción de agua caliente a baja presión. Como es natural se acompañaban planos y características técnicas, que no es caso de detallar aquí. El presupuesto era de 305.772 ptas.

Y comenzaron las alertas. El perito industrial municipal informó que la actividad que se pretendía estaba considerada nociva y molesta y que por tanto había que  seguirse con la documentación y el protocolo que se exigía. Se devolvió el proyecto por ciertas confusiones en los nombres de los solicitantes y a partir de este momento se retomó el asunto siguiendo los procedimientos oficiales, a base de informes, edictos y publicaciones en boletines. Por esta documentación quedamos informados de que existían casi cuarenta vecinos que podían resultar afectados, pero, terminado el plazo de reclamaciones, a pesar de habérselo comunicado personalmente, nadie protestó y alguno se congratuló. No es caso de incluir la lista, pero todos moraban en los edificios limítrofes.

Se acompañaron escritos de sanidad, aparejador y perito industrial. Por ello la Comisión Permanente informó favorablemente, pero la legislación del momento era muy complicada y hubo que remitir el enorme expediente (cincuenta y cinco folios, más los duplicados y triplicados) a la Comisión Provincial de Servicios Técnicos. En el informe de la Jefatura Provincial de Sanidad de 16-12-1975 se ponía la objeción de la altura de la chimenea, que era de un metro y debía tener dos.

Y entramos en 1976. El 7 de febrero, la mencionada Comisión de Servicios Técnicos, que presidía el gobernador civil, dictó una resolución, vistas las propias de Sanidad, Industria y Trabajo, que eran favorables, siempre que se sometiera a las recomendaciones de lo de la chimenea y otros pequeños detalles. La Comisión Permanente, que presidía Francisco Gallego, dio, pues, la licencia correspondiente, siempre que se cumpliera lo tan ya citado de medidas correctoras. Por su parte, el secretario, Vicente García Villaverde, notificaba a los peritos municipales la obligación de controlar el desarrollo de la obra. Terminó aquella realización con informes diversos en los que se asegura que todo se había ejecutado convenientemente, excepto lo de la chimenea, la cual, en opinión del perito industrial, quedaba mejor con un metro de altura, por razones estéticas y de dificultosa instalación.

Pero el asunto más espinoso y más trascendente para la breve historia de nuestro hotel llegaría en 1979. He obviado los comentarios que me han llegado, que, con buena voluntad, intentaban mostrarnos los intríngulis del asunto, pero creo que tengo que distinguir las suposiciones de la documentación. Por lo menos, eso pretendo. Y he aquí algunas noticias constatadas y confirmadas: el Hotel “Los Tres Amigos” se había cerrado el 8 de octubre de 1973 con la autorización de la Delegación Provincial de Turismo, de una manera temporal e indefinida. Este cierre era por las reformas que se iban a realizar. A pesar de este paréntesis, todos pensábamos que la medida era temporal, pues no tenían explicación las obras proyectadas.

Y empieza el puzzle. El 24 de enero de 1979 el Ayuntamiento Pleno fijó la alineación y los volúmenes para edificar en una parcela de la antigua huerta de Capuchinos. El 31 de enero, Lorenzo Ibáñez Martínez-Dueñas, de la Compañía Mercantil Anónima Parque Alcalá, S.A., que estaba “en trámite de constitución”, de la que se intitulaba “director gerente”, presentó un escrito diciendo que había adquirido una gran parcela en el lugar citado, con el fin de promover un conjunto urbano “que será de lo más singular y noble de la ciudad”, en donde se invertiría un considerable número de mano de obra. Nuestro hotel se encontraba en la mencionada parcela y, por consiguiente, había que derribarlo. El propio señor Ibáñez explicaba que el parador estaba cerrado desde hacía largo tiempo, “pues por sus características su explotación es prohibitiva”. También se decía que dada la conveniencia de que Alcalá tuviera un hotel “proponía estudiar la posibilidad de destinar alguna parte del edificio que quería construir, a hotel o residencia o albergue de viajeros y visitantes”.

¿Qué había pasado? Sencillamente que los anteriores dueños, viendo la inviabilidad del negocio, habían optado por canjearlo por una finca rural en Villanueva del Arzobispo, que era propiedad del Banco de Granada.

El perito aparejador informó del derribo favorablemente y estimó que costaría 400.000 pesetas. Sin embargo el Alcalde, Francisco Gallego, comunicó a Lorenzo Ibáñez que debía aportar la documentación preceptiva. Por eso el 15 de febrero de 1979 Juan Barcos Jiménez, arquitecto técnico, declaraba que había contratado con Parque Alcalá la obra de demolición. En febrero se pronunció el Colegio Oficial de Arquitectos, certificando que una de sus miembros, Miguel Ángel Hernández Requejo, dirigiría el proyecto de derribo, tasado en 205.413 ptas., de cuya cantidad correspondían a honorarios el 30 %. Por su parte, el Colegio de Aparejadores comunicaba que el perito designado era Eloy Alcalá Zamora Arroyo.

Así pues, con la documentación antecedente, el señor Ibáñez Martínez-Dueñas presentaba una nueva instancia el 26 de febrero. Y llegó el día más complicado. El 21 de marzo se reunió la Comisión Permanente, a quien correspondía dar la licencia para el derribo. El alcalde estaba de baja, por enfermedad. Presidía el primer teniente de alcalde, José Collado Martínez, pero conociendo, como era obvio, el asunto a resolver, abandonó la sesión “por razones personales”, manifestando que sería necesaria una actuación urbanística en todo el sector. Quedaron tres tenientes de alcalde. El segundo, que tampoco quería el derribo, presidió la reunión. El secretario advirtió que la solicitud de Parque Alcalá era de 26 de febrero, por lo que faltaban pocos días para que obrara el silencio positivo. Insistió e informó reiteradamente que no había norma legal o reglamentaria para oponerse a la demolición. La votación fue secreta, porque así lo pidieron la mayoría, resultando dos votos favorables contra uno en blanco. Se informó que el derribo iba a costar 400.000 pesetas y se hizo hincapié en lo de destinar una futura planta del nuevo edificio para hotel.

Esta triste decisión iba a trascender. En el Gobierno Civil se recibió un escrito anónimo el 31 de marzo, con un recorte de prensa alusivo al cierre de 1973. El contenido de la denuncia se basaba en una opinión bastante generalizada en aquel momento: se estaba acelerando el proceso ante la proximidad de las elecciones municipales del 3 de abril; y que no tenía explicación la reforma efectuada con subvenciones oficiales, para luego derribar el edificio. El Gobernador pidió al Alcalde, en dos ocasiones, información al respecto. Y aquí vuelve a reiterarse lo ya conocido y algo más:
   -El hotel se había cerrado en 1973.
   -Desde la Alcaldía se había solicitado (27-02-1979) urgente información  al Delegado de Comercio y Turismo, para saber las condiciones administrativas en que se encontraba el hotel. La respuesta vino el 6 de marzo, con una sorpresa desconocida a nivel municipal: el cierre definitivo se había concedido el 27 de febrero.
   -El préstamo hipotecario para la reforma, concedido por el Ministerio de Información y Turismo, se había cancelado ya.
   -Se había tomado la determinación municipal para no caer en lo del silencio positivo.

El 21 de marzo, el señor Ibáñez liquidó la tasa por derribo, estimada en 12.000 pesetas. Pero el asunto no había concluido. El sargento de la Policía Municipal informó el 6 de abril de 1981 que en la acera del solar que había quedado tras la demolición del Hotel “Los Tres Amigos”, existía un pozo que era peligroso para los viandantes. La Permanente requirió a la empresa para solucionar la contrariedad. Construcciones Moleón Hermanos comunicó el 28 de abril que el problema se había solucionado.

La vida real de nuestro hotel sólo fue de poco más de diez años. Todo estaba preparado para una nueva etapa: nuevas instalaciones, nuevo mobiliario, nuevo equipamiento… No pudo ser… Lamentable…

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