Desde finales de junio se vienen celebrando y se celebrarán en Andalucía, y otras partes de España aunque con menos presencia, los festivales flamencos de verano. Algunos de ellos superan con creces los cincuenta años de historia, como el Potaje de Utrera, la Caracolá de Lebrija o la Reunión de Cante Jondo de La Puebla de Cazalla. Fijénse en Pamplona lo bien que funciona el Flamenco On Fire. A la par, nacen otros que
se adaptan a los nuevos tiempos y a los nuevos públicos porque así lo exige la realidad. Hay casos curiosos que, a pesar de ser de reciente aparición, parecen defender una visión tradicionalista de estos encuentros.
Este sábado, por poner un ejemplo,
Torremolinos festeja la bulería con un cartel que parece haberse sacado de la década de los 70. Cumple su segunda edición y de seguro se llenará la plaza de toros de esta localidad malagueña porque la expectación es máxima. Juanito Villar, Capullo de Jerez, Barullo, María Terremoto, Rancapino Chico, Antonio Reyes, Juane Moneo… siete cantaores, nada más y nada menos.
Seré el encargado de presentarlo y ya me he hecho a la idea de que me darán las tres de la mañana en la faena. Otras propuestas suelen acabar incluso más tarde, como el Potaje que cerró sus puertas a eso de las cuatro de la mañana (y decían que era pronto) y otras
han cambiado el formato dedicando más de una noche a su programación estival y diseñar un ciclo que perdure en el calendario con galas más cortas y llevaderas.
La Caracolá, por ejemplo, ha pasado de celebrarse en una jornada calurosa que duraba hasta las claritas del día a ocupar ocho noches en la agenda del mes de julio en Lebrija. La Fiesta de la Bulería de Jerez, el Memorial Niña de los Peinas de Arahal, la propia Reunión de la Puebla que ya desarrolla una programación de diez días. son casos similares. Lo curioso es que mientras muchos de los festivales clásicos pierden interés, sigue habiendo parte de la afición que defiende la estética de aquellos años en los que “en el de la
Parpuja de Chiclana cantaban ya con el sol en la cara”.
Ante estas declaraciones cabe un amable análisis. A la juventud no se le debería recordar que cualquier tiempo pasado fue mejor, aunque lo sea, porque reconocemos que se refieren a una época en la que la singularidad y personalidad de cada artista era brillante como tenían Juanito Villar, Camarón, Lebrijano, Curro Malena, Turronero, Terremoto, Pansequito, Paquera…
A pesar de ello, no hay que olvidar que también en esos años los más veteranos decían que no, que “como se cantaba antes no se canta hoy”, si no escuchen a Tía
Anica La Piriñaca refiriéndose a Camarón como un cantaor que “no sabe cantar por seguiriyas” en R
ito y Geografía del Cante. Por lo tanto habría que ir ya desempolvando algunas cajas donde se guardan los mitos. Un festival que dure cinco horas hoy día, en rara ocasión funciona.
Lo digo porque por suerte me paso el verano de plaza en plaza, bien presentando o bien como aficionado para escuchar, y analizo en cualquiera de las circunstancias la relación entre público y formato. Casi nadie escucha cante a las dos de la mañana, sobran las copas, puede que caiga relente, el ruido cada vez es mayor en la zona del ambigú, los artistas suelen desmotivarse por la espera, algunos ya en patio de sillas tienen sueño… la situación deja de fluir.
Siempre hay excepciones, ojo.
Que nadie se ofenda por lo que está leyendo si es miembro de una de las comisiones organizadoras de determinados festivales que merecen todos los respetos y la admiración aunque sean largos. En aquellos años en los que los festivales eran interminables las circunstancias eran distintas, tales como que la programación cultural era mucho más discreta a lo largo del año, la gente salía a la calle esa noche como encuentro popular y a veces lo que menos importaba era quien cantaba. Era el acontecimiento de todos y para todos. Vino, cante y aire libre. Son numerosos los artistas que reconocen haber cantado para treinta personas a las dos de la mañana “porque se había ido todo el mundo”. La una de la madrugada es una magnífica hora para irse a casa. Yo prefiero el festival de tres nombres, de calidad y con peso, los más cortitos.