La vida transcurría serena y bondadosa en aquel lugar que acababa de lograr su plena libertad como pueblo, para que el mascarón de proa de su acantilado encarara las costas africanas, quizás más cercanas que la comarca a la que pertenecía. Los más viejos contaban que Pablo el Maltés fue uno de sus primeros pobladores. Al parecer, en Vejer, pueblo matriz antes de su segregación, existía el primer contrato de compra-venta de una vivienda en dicha pedanía. Aunque la verdadera historia de aquel pueblecito que crecía a pasos agigantados se remontaba a tiempos prehistóricos. Lo avalaban restos arqueológicos diseminados por toda su urbe.
En la misma calle donde naciera, que con los años llevaría su nombre, cursaría estudios con Don Francisco Media Grau, escuela particular, porque su condición idealista le impedía ejercer de maestro nacional. Con la marcha del tan peculiar ‘maestro’ a su tierra, estudiaría con Dª. Soledad, en la calle Real, para alcanzar la carrera de Ayudante Técnico Sanitario (A.T.S.). Tuvo la recompensa de realizar prácticas sanitarias y trabajo profesional en la ‘clínica vieja’ con D. Manuel Delgado, médico cirujano que se atrevía con todo: operaciones de cirugía, lesiones, traumatología… Lo que le serviría para desarrollar su carrera de medicina y convertirse encentinela sanitario de todos los barbateños. Un profesional comprometido y fiel amante del juramento hipocrático.
Con la libertad que le caracterizaba, lo mismo que ‘El Temido’ de Espronceda, surcó todas las fronteras de la vida para ayudar a quienes lo necesitaban. El tiempo no era obstáculo ni el trabajo suponía impedimento para prestar su atención médica. En todo momento fue dueño de su vida conforme a sus pensamientos e independencia, cometiendo los mismos errores de cualquier otro ser humano, pero atendiendo a todos los compromisos que como hombre se creara. Puede que fuera severo juez de sus propios actos, caminando conforme pensaba y sentía, y, quizás, haciéndose daño a sí mismo antes que a nadie. No era ningún santo, pero tampoco hizo ningún daño deliberado.
Incapaz de esconder los genes que le proporcionaba su apellido: soberbio y bondadoso, valiente y capaz, de sangre caliente y corazón blanco. Su cara era su alma y su verdad la bondad. Quizás admirado y odiado a la vez, porque su personalidad traspasaba su estatura, que ya era bastante. No le hacía falta mentir. A su manera, convencía con palabras, hechos y valores. Un hombre adelantado a su tiempo que, sin pretenderlo, fue profeta en su tierra. Porque era de su tierra y quería a su gente. En su vocabulario no existía el “no” como respuesta, siempre tenía solución a cada palabra y ayuda humanitaria para todo los que la necesitaban. Un buen hombre “en el más amplio sentido de la palabra bueno”.
Fue un placer conocerle y compartir tantos momentos de mi vida con mi admirado y querido ‘Halcón Maltés’, Don Manuel Malia Bernal, y hasta que Dios lo permita, nuestros nombres quedarán cruzados por los caminos de mi pueblo.