Hace unos meses se hizo viral la aparición de unas gafas en una bolsa de patatas fritas. Eran las de un trabajador de Cortijo del Olivar, que todavía no se sabe muy bien aparecieron en una de ellas en Cádiz.
Anécdotas aparte, la historia de la empresa arranca hace treinta años, cuando a Francisco Sánchez le traen un perol desde Granada y empieza a freír patatas sin mucha pretensiones.
Sin embargo aquello gustó, fue a más y hoy sus hijos comandan la segunda generación al frente del negocio.
El compromiso, acercarse al máximo a ese producto artesanal y fresco en el que basaron su éxito.
Patatas, aceite y sal son la base, pero la técnica y el equilibrio debe asegurar luego la satisfacción de los clientes.
Con una fábrica en la que han renovado la maquinaria, las patatas de calidad, fundamentalmente de la variedad agria, son su secreto.
En Abocallena hemos colado nuestras cámara para tratar de desentrañar las claves del éxito.