Andrés Marín protagoniza un espectáculo fuera de serie
Genial, no cabe decir otra cosa. La imaginación al poder, la revolución de un artista personalísimo, elegante y flamenco... y muy loco, lo que en este caso concreto significa todo un elogio, porque hay que ser valiente para darle en la frente a quienes no ven más allá de sus estrechas lindes.
La pasión según se mire lo tuvo todo: desde el flamenco más puro y auténtico en la voz sublime de José de la Tomasa, con unas tonás de las que quitan el sueño –al laíto del yunque, que al final se llevó Marín en los brazos como cierre del espectáculo–, unas soleá cantandas con verdadera jondura, pasando por los cantos árabes de Lole al principio de la obra acompañados por el laúd árabe, el xilófono más flamenco que cupiera imaginar –una delicia–, o la alegoría a la Semana Santa, con Andrés Marín ataviado de penitente –con capirote incluido y dos pasos con velas– al compás de una marcha procesional con tuba, clarinete, guitarra y tambor.
Hablaré en primera persona (no en vano, está crónica está firmada, para bien o para mal). Estaba esperando ver y sentir en lo más profundo una obra maestra como la de ayer. Es la creación imaginativa, la ruptura de los moldes encorsetados, el quijotismo más feliz. ¡Viva el arte en libertad! Andrés Marín ha pasado a la historia del imaginario colectivo. La cara de los aficionados –y la fugaz tertulia que mantuve con algunos de ellos a la conclusión– delataban la gratísima impresión causada por el artistazo sevillano.
La pasión es algo tan subjetivo... pero cuando un bailaor es capaz de hacer una obra de arte como la de anoche, el sentimiento se colectiviza, la atmósfera se torna alegre, vivaz, divertida incluso, como ese baile de Andrés Marín en el que simulaba ser una paloma.
La pasión según se mire convenció a todos, excepto a un espectador de butacas que hizo un comentario grosero en plena actuación. Está en su derecho de no gustarle (¡aunque vaya tela si no le gusta al señor lo de ayer!), pero ese exabrupto sobraba.
Por fin alguien se ha atrevido a desafiar a los que quieren llevar razón a toda costa: esos pequeño-burgueses que no entienden de revoluciones, que se asustan ante las creaciones más geniales que marcan un antes y un después. No hay ni una pizca de exageración en este punto, pues así lo siento. La pasión de Andrés desbordó el marco del Teatro Villamarta y colapsó las arterias del pueblo flamenco que, a la salida del coliseo, se expandía gozoso comentando la faena de libro que escribió Marín.
Los retazos singulares de La pasión según se mire quedarán grabados a fuego en los corazones de los asistentes, que rieron, lloraron de emoción, jalearon con alegría y entusiasmo un espectáculo que conservará la dosis de dulzura imprescindible para que siempre, al echar la vista atrás, se recuerde con suma gratitud.
Ese cante en árabe de la Lole, esas cantiñas de José Valencia, esa soleá portentosa de José de la Tomasa... y una cabeza loca, la de Andrés Marín, que asciende a base de felices alumbramientos artísticos al Olimpo de los elegidos, a ese espacio acotado donde pocos son capaces de entrar.
Andrés Marín entiende a su aire este arte llamado flamenco y los que ayer nos quedamos literalmente asombrados de placer contemplando la obra, sólo nos queda arrojarle nuestras imaginarias capas a sus pies y rendirnos ante la genialidad de una creación sublime. ¡Olé!
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