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Las ojeras del presidente

Al presidente Zapatero le han caído chuzos de punta por ejercer de sí mismo y haciendo honor a su optimismo antropológico, atreverse a poner fecha a la salida del túnel siniestro y oscuro del paro...

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Al presidente Zapatero le han caído chuzos de punta por ejercer de sí mismo y haciendo honor a su optimismo antropológico, atreverse a poner fecha a la salida del túnel siniestro y oscuro del paro. Ha dicho, aunque luego se haya desmentido a si mismo, que los Idus de marzo no serán tales, que superado el primer trimestre “el empleo crecerá en un volumen muy estimable”. Pero sus palabras suenan más a un acto de fe que a un pronóstico real. Si para que se cumplan esos pronósticos tenemos que echar manos de los recién aprobados presupuestos nos podemos echar a temblar. Si hasta el mismo Solbes reconoce que las cuentas del estado han quedado desfasadas por la cruda realidad, si todos los índices nacionales e internacionales sitúan a la baja las previsiones más pesimistas del Gobierno o si nuestro PIB sigue su signo descendente, sólo un milagro puede hacer que se cumplan los pronósticos presidenciales.

A mí me parece correcto que el presidente intente, como sea, contagiar optimismo a los ciudadanos sobrecogidos y desmoralizados por lo que se nos viene encima, pero lo suyo es un acto de voluntarismo que mucho me temo se le volverá en contra. Tal vez tengan razón quienes dicen que el inquilino de la Moncloa ha jugado la baza de la ambigüedad porque es verdad que crear empleo no significa reducir el paro, pero tal como está el patio, andarse con sutilezas etimológicas ni siquiera puede considerarse una hábil maniobra de distracción.

Si se cumplen las previsiones de los expertos, idénticas por cierto a las que manejan en el Ministerio de la cosa, en el 2009 el desempleo puede superar el 15%, lo cual no se combate con minúsculas recetas, ni con bonitas palabras. No hace mucho Zapatero, durante una conversación privada al término de una entrevista me dijo –refiriéndose a uno de sus adversarios políticos– que dijera lo que dijera no era creíble porque sus ojos le delataban y en ese caso tenía razón. Pues bien, eso mismo le está ocurriendo a él. Sonríe, mira a la cámara, intenta dar un mensaje tranquilizador pero sus ojeras le delatan. Son las de un hombre abrumado por la responsabilidad, cansado a tan sólo nueve meses de haber alcanzado el sueño de la Moncloa y su mirada se ha tornado triste. Claro que un buen quitaojeras y una cámara de televisión amiga y complaciente puede hacer maravillas aunque la realidad sea inconvenientemente tozuda.

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