¿Usted embiste, compadre?
Nos están sacando de nuestras casillas, metiéndonos en el camión del cabreo generalizado y plantándonos un capote a ver si nos llevan al caballo.
En el Casino Lebrijano, ubicado obviamente en la ciudad de Lebrija, que fuera llamada por los romanos Nebrissa Veneria, que llegó a tener moneda propia, aunque ahora con la Política Agraria Común (PAC) no tiene ni propia no prestada, patria chica de Antonio de Nebrija y del arriba firmante -salvando las distancias- hay un cuadro en el que se ve un coche de caballos tirado por seis toros bravos.
Está localizada la escena, precisamente, en lo que era a mediados de siglo y sigue siendo una plazuela con la estatua del gramático que tuvo a bien poner un poco de orden en la lengua patria para que fuera, precisamente, eso, patria, y que todo el mundo de la época de los Reyes Católicos pudiera entender las órdenes de pagar impuestos para sufragar la Reconquista que a tenor de lo que duró, tuvo que costar mucho más que el Parque de la Historia y el Mar, aunque éste, en eso de durar, está en ello.
Pues bien, un servidor, a pesar de haberlo visto en muchísimas ocasiones, no acaba de aclararse si es un dibujo magníficamente ejecutado o una fotografía. Si es lo primero, el tío que lo pintó se salió y si es lo segundo, los genios del fotochó recibirían una auténtica cura de humildad viendo tamaña obra de arte, más aún cuando en aquellos tiempos, de la informática no existía ni la palabra.
Se supone que es una pintura o mezcla de ambas cosas, porque es imposible que seis toros de lidia pudiesen tirar del coche sin haberse formado la marimorena en la plaza y alrededores, por mucho que el ganadero y poeta moronense, muy emparentado con Lebrija, Fernando Villalón, fantaseara con criar toros de lidia capaces de comportarse como equinos en el mencionado cometido.
El cuadro, que como curiosidad pueden ver quienes quieran en la localidad mencionada, no tiene más chicha que la que cuenta, pero la fantasía de Villalón se nutre de la imagen a la hora de convertirse en polémica de casinos sevillanos en tarde de verano al frescor de las aspas del ventilador de importación prendido del techo y del búcaro de agua a fresca a mano, que lo que hace de El Puerto de Santa María para arriba en verano es calor. No lo que creemos aquí que es calor.
Posiblemente a causa del padecimiento durante días y días de esas insoportables temperaturas surgiera la polémica de que los toros bravos, los que salen a las plazas para ser lidiados, en realidad no son bravos sino que como podría ocurrir con cualquier persona, por muy buena, mansa y humilde de corazón que sea, a fuerza de tocarle los cojones termina convirtiéndose en el demonio que todos llevamos dentro, aunque nadie se explique que un pedazo de pan como era el cabreado hubiera llegado a formar la que formó.
La explicación de la bravura provocada se condensa en una pregunta larga y en una respuesta monosilábica, ambas a saber.
“Si a usted, compadre -argüía el defensor de la nobleza de la bestia- está tan tranquilo en su casa tomándose una copa después de una jornada agotadora y llaman a la puerta, lo obligan a irse casi sin ponerse los zapatos, lo meten en un camión y lo tienen allí encerrado en un cuchitril en el que no se puede ni sentar, meándose y cagándose encima, sin comer ni beber... Después del viaje lo sacan y lo vuelven a meter en otro cajón, este más sombrío que el anterior donde no sólo huele su propia mierda sino la de los demás, sigue sin comer ni beber... Al día siguiente empiezan a hacer ruido, le abren la puerta y le permiten salir a una habitación un poco más amplia y lo primero que hacen es clavarle en la espalda un pincho con una cinta de las que usan las mujeres para el pelo... Le abren otra puerta, va saliendo por un callejón oscuro, le va llegando un ruido atronador de gente gritando, ve una luz al final, se va hacia afuera pensando que por fin va a recuperar la libertad y lo que se encuentra es a una multitud expectante y a un tío vestido muy raro con un sombrero ridículo y un trapo colorao en la mano que le dice: -¡Eh, toro!... ¿Usted embiste, o no embiste, compadre?”
Pues así está el mundo entero. Empezando por los árabes que se ha hartado del mamoneo de reyezuelos, rais y tiranos de baja estofa -y no quiero ni pensar lo que ocurrirá cuando descubran el jamón de pata negra-, hasta los países desarrollados que están viendo cómo sube el paro y el dinero de las arcas públicas se gasta en mantener a los cabrones que ocasionaron la crisis.
Y terminando por el solar patrio, donde entre los torpes que no vieron la que se nos venía encima y los listos -por llamarlos de alguna forma- que están esperando a que se estrellen los torpes a ver si mientras tanto se les ocurre alguna solución u ocurre un milagro, nos están sacando de nuestras casillas, metiéndonos en el camión del cabreo generalizado y plantándonos un capote delante a ver si nos llevan al caballo a base de prometernos todo lo que no han sido capaces de darnos en los últimos cuatro años.
Yo sí embisto, compadre. ¿No voy a embestir?
Está localizada la escena, precisamente, en lo que era a mediados de siglo y sigue siendo una plazuela con la estatua del gramático que tuvo a bien poner un poco de orden en la lengua patria para que fuera, precisamente, eso, patria, y que todo el mundo de la época de los Reyes Católicos pudiera entender las órdenes de pagar impuestos para sufragar la Reconquista que a tenor de lo que duró, tuvo que costar mucho más que el Parque de la Historia y el Mar, aunque éste, en eso de durar, está en ello.
Pues bien, un servidor, a pesar de haberlo visto en muchísimas ocasiones, no acaba de aclararse si es un dibujo magníficamente ejecutado o una fotografía. Si es lo primero, el tío que lo pintó se salió y si es lo segundo, los genios del fotochó recibirían una auténtica cura de humildad viendo tamaña obra de arte, más aún cuando en aquellos tiempos, de la informática no existía ni la palabra.
Se supone que es una pintura o mezcla de ambas cosas, porque es imposible que seis toros de lidia pudiesen tirar del coche sin haberse formado la marimorena en la plaza y alrededores, por mucho que el ganadero y poeta moronense, muy emparentado con Lebrija, Fernando Villalón, fantaseara con criar toros de lidia capaces de comportarse como equinos en el mencionado cometido.
El cuadro, que como curiosidad pueden ver quienes quieran en la localidad mencionada, no tiene más chicha que la que cuenta, pero la fantasía de Villalón se nutre de la imagen a la hora de convertirse en polémica de casinos sevillanos en tarde de verano al frescor de las aspas del ventilador de importación prendido del techo y del búcaro de agua a fresca a mano, que lo que hace de El Puerto de Santa María para arriba en verano es calor. No lo que creemos aquí que es calor.
Posiblemente a causa del padecimiento durante días y días de esas insoportables temperaturas surgiera la polémica de que los toros bravos, los que salen a las plazas para ser lidiados, en realidad no son bravos sino que como podría ocurrir con cualquier persona, por muy buena, mansa y humilde de corazón que sea, a fuerza de tocarle los cojones termina convirtiéndose en el demonio que todos llevamos dentro, aunque nadie se explique que un pedazo de pan como era el cabreado hubiera llegado a formar la que formó.
La explicación de la bravura provocada se condensa en una pregunta larga y en una respuesta monosilábica, ambas a saber.
“Si a usted, compadre -argüía el defensor de la nobleza de la bestia- está tan tranquilo en su casa tomándose una copa después de una jornada agotadora y llaman a la puerta, lo obligan a irse casi sin ponerse los zapatos, lo meten en un camión y lo tienen allí encerrado en un cuchitril en el que no se puede ni sentar, meándose y cagándose encima, sin comer ni beber... Después del viaje lo sacan y lo vuelven a meter en otro cajón, este más sombrío que el anterior donde no sólo huele su propia mierda sino la de los demás, sigue sin comer ni beber... Al día siguiente empiezan a hacer ruido, le abren la puerta y le permiten salir a una habitación un poco más amplia y lo primero que hacen es clavarle en la espalda un pincho con una cinta de las que usan las mujeres para el pelo... Le abren otra puerta, va saliendo por un callejón oscuro, le va llegando un ruido atronador de gente gritando, ve una luz al final, se va hacia afuera pensando que por fin va a recuperar la libertad y lo que se encuentra es a una multitud expectante y a un tío vestido muy raro con un sombrero ridículo y un trapo colorao en la mano que le dice: -¡Eh, toro!... ¿Usted embiste, o no embiste, compadre?”
Pues así está el mundo entero. Empezando por los árabes que se ha hartado del mamoneo de reyezuelos, rais y tiranos de baja estofa -y no quiero ni pensar lo que ocurrirá cuando descubran el jamón de pata negra-, hasta los países desarrollados que están viendo cómo sube el paro y el dinero de las arcas públicas se gasta en mantener a los cabrones que ocasionaron la crisis.
Y terminando por el solar patrio, donde entre los torpes que no vieron la que se nos venía encima y los listos -por llamarlos de alguna forma- que están esperando a que se estrellen los torpes a ver si mientras tanto se les ocurre alguna solución u ocurre un milagro, nos están sacando de nuestras casillas, metiéndonos en el camión del cabreo generalizado y plantándonos un capote delante a ver si nos llevan al caballo a base de prometernos todo lo que no han sido capaces de darnos en los últimos cuatro años.
Yo sí embisto, compadre. ¿No voy a embestir?
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