Cambios

Publicado: 05/02/2025
Estamos tan cómodos que apenas necesitamos nada de lo que nos trajo hasta aquí. Ni pensar, ni pensar…
No es mentira que las cosas están cambiando. Confirmo mis sospechas desde hace un tiempo, cada vez que puedo conocer o escuchar sobre las grandes ciudades. Confieso que me gusta contrastar los beneficios y desventajas de las muy progresistas y tan loadas urbes adheridas a la muy prestigiosa sociedad del bienestar, tan consideradas actualmente por los propagandistas de la mercadotecnia. En ellas, mucha gente encuentra verdaderos placeres, las enésimas maravillas del mundo. Refiero algunos que se manifiestan a simple vista: la gente ya no se cansa yendo de un sitio a otro, sino que usa coche para todo, hasta para ir al supermercado o a la farmacia; los niños ya no se aburren, pues se entretienen solos, sin necesidad de un adulto siquiera, embaucados en los dispositivos móviles; hay gente que no tiene que acudir a ninguna oficina porque en su casa y ante el ordenador, que todo lo puede, pueden echar adelante el país.

Vivimos mejor que nunca, qué duda cabe. Nos invade la comodidad y el placer, y el que diga que no, miente. Estamos tan cómodos que apenas necesitamos nada de lo que nos trajo hasta aquí. Ni pensar, ni pensar… Las necesidades de siempre, qué pasadas de moda están. Observo, además, cuando puedo despejarme en algún negocio de hostelería, que se está imponiendo que cada uno se sirva y se recoja la mesa; cuando se viaja, que uno mismo ha de echarse la gasolina; cuando el peaje es indispensable, el autoservicio ya no es ninguna utopía. A veces, me convenzo de que vamos hacia la nada, pero con la sonrisa puesta, y pienso que esto solamente acaba de empezar. No miento si digo que, en algunos países avanzadísimos, hay negocios que alquilan pseudoamigos con los que ir a un evento social del tipo que sea: según necesites, señalas el perfil con que te gustaría asistir a una boda, al cine o a un concierto, y la compañía es asegurada previo pago del servicio.

Me acuerdo cuando los niños fumaban con diez o doce años; hace centurias de ello... Dábale tabaco el adulto como símbolo de su madurez, de su ya presupuesta hombría. Si aquello se detuvo y dicha prohibición hoy se aplaude con sensatez, quizás no esté todo perdido. Nos queda seguir confiando en un nuevo renacimiento del ser vivo. De momento, se ha empezado con un reglamento que empieza a regular la inteligencia artificial. Algo más tranquilo me quedo cuando veo que no todo es negro, aunque lo parezca.

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