Hace unos años, la epidemia del Covid-19 nos llevó a vivir escenas desconocidas en nuestros tiempos, pero éstas no eran inéditas, ya que a lo largo de la historia, el pueblo de Vejer de la Frontera había vivido otras calamidades de este tipo, donde se dieron medidas de precaución higiénica, abundante mortalidad, encierros domiciliarios…Se tiene constancia de varios episodios de pandemia en el siglo XVI, donde destacó el contagio que se vivió en 1573, momento en el que la villa tuvo que improvisar hospitales y recaudar limosnas entre los vecinos para costear medicinas, por entonces se cercó el Hospital de la Misericordia en la Iglesia de San Juan de Letrán (actual Salón de Plenos Municipal).
La muestra más llamativa es la gran cantidad de vejeriegos que otorgan testamento en 1649, donde se especifica que el otorgante se encuentra “con el contagio del mal que al presente corre”, “enfermo con calentura” o “achacoso de peste”De igual modo se sucederán otras en siglos posteriores, existiendo epidemias de cólera a inicios del siglo XIX, posible germen de la traída anual de la Virgen de la Oliva a Vejer, y antesala de la creación del cementerio de San Miguel a extramuros de la villa; o la famosa Gripe Española de 1918, que causó en nuestro pueblo bastantes estragos económicos y demográficos, erigiéndose tras su finalización la estatua del Sagrado Corazón de Jesús, conocida popularmente como “El Santo”, costeada por el vejeriego Juan Castrillón Pareja.
Pero en estas líneas, se atenderá a uno de los casos quizás menos estudiados por la historiografía vejeriega, pero que destaca por sí sólo por la virulencia que alcanzó en nuestra localidad; nos referimos a la peste bubónica de 1649. Al menos desde 1647, sabemos que llega a algunos puertos de España esta enfermedad procedente de África, a través de los puertos de mar, atacando a Valencia, Aragón, Murcia y Andalucía, donde en Sevilla se alcanzaron las 60.000 muertes, denominándose incluso como la “Gran Plaga de Sevilla”.
El contagio se transmitía por la falta de higiene y a través de picaduras de insectos o roedores que convivían con humanos en barrios de condiciones humildes, por lo que será en éstos donde la enfermedad abunde, aunque como también veremos se dieron casos en estamentos sociales superiores.
En Vejer, al no contar con los registros históricos de defunciones, perdidos en el asalto que asoló nuestra parroquia en 1936, provocado por los sectores de izquierda de entonces, los pocos datos de los que tenemos constancia derivan de los acontecimientos narrados indirectamente a través de las fuentes testamentarias, asentadas en los protocolos notariales custodiados en el Archivo Histórico Provincial de Cádiz.
La muestra más llamativa es la gran cantidad de vejeriegos que otorgan testamento en 1649, donde se especifica que el otorgante se encuentra “con el contagio del mal que al presente corre”, “enfermo con calentura” o “achacoso de peste”. Si comparamos las cifras de los testamentos de 1645, sólo cuatro años antes, donde testaron en Vejer 33 personas, y los 378 testamentos que se otorgaron en 1649, se puede apreciar fácilmente la multiplicación de las defunciones, algo ligado al contagio que se vivía, siendo más profusos entre agosto, septiembre y octubre de dicho año. Hay que tener en cuenta que en estas cifras, no aparecen otras muchas personas que por no tener medios no realizaban últimas voluntades, por lo que en ambos casos las cifras debían ser mayores, y habría que extraer los que no murieron por dicho mal, muy pocos. También habría que sumar los contagiados en 1649 que padecerían hasta 1650, año en que harían testamento. Por ello los protocolos notariales de los escribanos Ambrosio de Villalobos, Cecilio de Villalobos y Alonso Rodríguez, destacan por su volumen exagerado en dimensiones.
Analizando los testamentos vemos ciertos aspectos muy llamativos relacionados con las personas que fueron contagiadas, los hábitos que se practicaron para afrontar este mal o la piedad religiosa que envolvía el asunto. Así vemos que en ese año falleció entre otros, Pedro Bejines Montoya, ejecutor del derecho de la sal; las hermanas Román, solteras y propietarias de la capilla de San Martín del Convento de la Merced; Diego Díaz Rubio, familiar del Santo Oficio de la Inquisición; Pedro Álvarez, campanero parroquial; Antonia Amaya de los Cameros y Mendoza, entroncada con del poderoso Patronato Amaya, con sede en el Convento de Nuestra Señora de la Concepción; Gonzalo Domínguez Benítez, alférez mayor; el presbítero Alonso de Osuna y Cárdenas, quien donó las casas de su morada para vivienda de los sacerdotes de Vejer, siendo aún la usada; Estefanía de Quevedo, esposa del regidor y capitán Alonso de Osuna Cabrera; Antón Cordero Coronado, hermano mayor de la Cofradía de San Ambrosio; o el presbítero Lorenzo Patiño, quien según la tradición costeó la imagen de Nuestra Señora de la Oliva. Además, en muchas ocasiones se aprecian lazos familiares entre los fallecidos por estar contagiado todo el hogar familiar. En estos casos, las autoridades médicas, ataviados con vestimentas herméticas y máscaras donde introducían hierbas aromáticas, tapiaban la vivienda y quemaban ropas y enseres de los contagiados.
Es el caso de Francisco de Bustamante, al que tapiaron su posada, por ser lugar de gran confluencia; Juan Bermúdez, quien quedó sin nada por haber quemado todo por el contagio de sus hijos pequeños; o Juana Márquez, esposa de Cristóbal Martín, quien tenía “prendas de plata y oro” tapiadas en su casa. ¿Será este el motivo por el que se tapió el famoso balcón de la calle Rosario?
El Hospital de San Juan de Letrán se encontraba colapsado, por lo que muchos vecinos marchaban al campo a quedar aislados ante la enfermedad o por ser repudiados en el pueblo, quedando retazos de este tipo de historias en algunas cartas de últimas voluntades. Esto sucedió con Pedro de Lugo, que otorga el testamento en la Cruz de Conil o el caso de Cristóbal Jiménez, que da su testamento a un boyero en el pozo de Nájara para que lo traiga al pueblo.
Por otro lado, otro foco importante era el lazareto de la ermita de San Sebastián, en la actual cuesta de la Cantera, donde se improvisaba un hospital de curaciones en ocasiones de epidemia, por ser éste el patrón de las mismas, estando junto a él uno de los “cementerios de apestados”. Prueba fehaciente de ello, es que, al año siguiente, en 1650, el vejeriego Mateo González deja en su testamento 20 ducados para “purificar la ermita de San Sebastián, que sirvió de hospital”. Esta práctica solía consistir en limpiar las estancias y encalarlas de nuevo como método de desinfección, algo que sucedió también con la parroquia del Divino Salvador en tiempos posteriores.
Fue tanta la cantidad de personas fallecidas que varias ermitas de extramuros de Vejer, fueron elegidas para ser lugares de enterramiento para así alejar los cadáveres impregnados de aquel mal de la población y así evitar nuevos contagios. Fueron tantos los que perecieron que hay enterramientos en fosas comunes, además de en la citada ermita de San Sebastián, en la cuesta de la Cantera; en la de Nuestra Señora de los Remedios, en los aledaños del arco que aún se encuentra en la rotonda de entrada al pueblo; ermita de San Miguel, donde luego se estableció nuestro cementerio; en la de San Ambrosio, teniendo constancia de otro pequeño hospital; e incluso en las iglesias del antiguo arrabal de La Barca, la parroquia de San Nicolás y la ermita de Nuestra Señora del Rosario, ambas hoy desaparecidas. Algunos personajes de importancia, especifican su entierro en estos lugares, pero piden que con el paso de los años, sus huesos se depositen en capillas o tumbas de la parroquia de San Salvador junto a sus familiares, como el caso de algunos miembros de la afamada familia de los León Garavito, propietarios de la actual capilla del Sagrario.
En estas disposiciones, la religiosidad característica de los vejeriegos se muestra latente ya que asumen la enfermedad como “lo que el Señor me ha servido de dar” y dejan numerosos donativos a las cofradías que mantenían estas ermitas, para misas a la “Madre de Dios de la Oliva” en su santuario, o para el amparo de niños expósitos, fruto de la defunción de sus padres.
Como vemos, en aquella ocasión la epidemia se cebó con nuestro pueblo llegando a grandes cifras de contagio y defunciones, algo que los documentos nos cuentan y que las ermitas de extramuros siguen ocultando en sus inmediaciones, por reposar en ellas los restos de muchos de nuestros antepasados que no corrieron la mejor de las suertes.
Como es sabido, San Sebastián se ha considerado patrón del cabildo vejeriego desde antaño, por ser mediador en esos momentos de enfermedad y su ermita refugio de los contagiados vejeriegos, incluso el ayuntamiento festejaba la finalización de los contagios con la suelta de un toro “del bienaventurado San Sebastián”.