No diré yo que la del pasado miércoles sea una jornada que habrá de pasar a la historia. Y esto que movilizó en Jerez a mas gente de la que jamás ha recorrido esta ciudad en protesta o algarabía por motivo alguno -salvada sea una buena “recogía” o un sábado de Feria, que siempre hubo clases- pero estarán conmigo que no es habitual para Jerez que entre 5.000 personas -según la policía- y 20.000 -según los organizadores- se pongan de acuerdo para nada, y mucho menos para ir detrás de una pancarta. Y esto, el mismo día y a la misma hora que la selección española de fútbol dejaba de ser la roja para convertirse en la azul, como un cielo abierto al vuelo de las gaviotas... Debe ser que la Jornada se celebraba el Día de las Enfermedades Raras o que esta ciudad vive desde hace unos meses una presión como nunca antes y no termina de acostumbrarse al hambre, el ayuno y la abstinencia; o a la aparición de algún/a catalizador que, como en la electrolisis, separa protones de neutrones y nos deja sin lugar común para la convivencia.
No me gustan los números y por eso jamás creo los que da la policía -que actúa de parte- ni los que ofrecen los sindicatos -que son la parte- y para estimarlo solo me fío de mis cálculos. Diré así que la manifestación ocupaba un espacio de 830 metros de largo, por 8 de ancho, y a razón de 2 personas por metro cuadrado...Esto es, 13.280 personas, currela arriba, manifeta abajo..., que no son pocos. Como Jerez -mal que les pese a algunos- es capital de la campiña y aquí contamos en duros y nos la apañamos con magnitudes kilométricas y toneladas, diríamos que una extensión comparable a tres bernabeus -sin Cristiano y aún con ellos- recorrió del Mamelón a la plaza de la Asunción, donde algún organizador soñó en concentrar a todo ese gentío y logró, por incapacidad para tanto aforo, dar de comer a muchos bares y extender su jornada laboral a mucho camarero. Mucho me temo que no hay nadie con tanto poder de convocatoria que pueda apuntarse el tanto de una movilización de tanto éxito. No creo que haya persona ni organización capaz; que nadie se engañe y que nadie engañe. Detrás de aquellas pancartas había tanta gente que no es posible unificar los motivos por los que tanto personal se echó a la calle y hasta cabe pensar, con buen sentido, que cada quien tuvo el suyo. Cada quien, cierto, a lo suyo, y Dios a lo de todos.
Yo estuve allí, y les contaré el mío: Acudí al Mamelón por hablar con un amigo. Una vez allí y ante la marea que tomaba aquellas calles y sus afluentes me sentí tentado a estar también con ellos, con la convocatoria sindical unitaria europea contra los recortes sociales -porque la crisis no es de España, ni la culpa es del gobierno de España, ni de este ni del anterior, aunque se esfuercen en engañarnos- sino de un sistema caduco que basa su esperanza de vida y resurrección en la lucha del hombre contra el hombre -eso que más finamente llaman competitividad-, y en un orden moral tan natural como las estaciones y las lluvias y los vientos -sin lugar para el humanismo- y según el cual el pez grande debe comerse al chico, y ésto aún sin ganas de comer. Yo estuve allí. Me sumé porque soy extraodinariamente crítico con los sindicatos convocantes: CC.OO. y UGT -básicamente-, a los que he de afear cómo, por mor de procurar la defensa de los trabajadores, han perdido el contacto y la sintonía con los parados...Ellos, que aún mueven a ecos de 1001, que fueron pilares sobre los que se construyó la democracia y sin cuya presencia y lucha nada hubiera sido posible.
Soy de los que opinan que España -porque España es de todos- la debemos construir entre todos, y cuando digo todos no excluyo a nadie: gente de izquierda y de derecha, y de centro -si el centro existe- y apolíticos y contrarios a la política. Y soy de los que opinan que haremos bien cada cual en trabajar en nuestro ámbito. Los sindicatos son de los trabajadores -en activo y en desempleo- y los trabajadores son los destinados a hacer de ellos lo que de ellos quieran hacer. Es por esto que me revelo cuando desde ámbitos ajenos al mundo del trabajo descubro campañas orquestadas para dañar al sindicalismo y que llegan firmadas, sin pudor, por Grandes de España y marquesas de Murillo, que llegaron al mundo ya excelentísimas, sin esperar a que sus papás le impusieran por nombre Esperanza Aguirre y Gil de Biedma y sin que los votos le llevaran a representación institucional alguna.
No es de recibo que individuos tan lejanos al sindicalismo y la clase trabajadora se dignen mancillar los usos de quienes representan -mejor o peor- a los trabajadores o le afeen sus sueldos -considerándolos abusivos- cuando éstos coinciden euro a euro con los que cobran los miembros del propio partido delator cuando por imperativo legal sindicalistas y patronos -los patronos de siempre- coinciden en puesto y responsabilidad en un consejo de administración.
Un viejo preboste jerezano que aún piafa en bronce y a caballo en su avenida me indicaba hace años – a pocos de iniciado el tránsito a la democracia- que nadie debía tener “mando y gobierno” más que aquellos que nacieron en familia con mando, porque ellos han gobernado desde pequeños y están echos a esos modos, además -me añadía- solo los ricos podrán dedicar su tiempo a la política, porque ya de cuna les llega el dinero para esos menesteres sin que les acucie el sueldo... La apreciación tenía su peso, el suficiente para inferir que, aquel nacido en familia no echa al mando deberá mansa y cristianamente ser mandado por generaciones y así hasta el fin de los tiempos, sin que sea posible ni conveniente su redención. “Zapatero a tus zapatos”, venía a decir el oligarca. Tal vez por esto, el viejo rejoneador culmine desde su caballo de bronce por darme la razón al estimar que en cosa de trabajadores -y los sindicatos lo son- deben permanecer los marqueses al margen, no sea que se manchen de grasa y bosta.
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