Hemos leído estos días que pese a la crisis, Wall Street se vuelca con Barack Obama, que aunque el presidente electo...
Hemos leído estos días que pese a la crisis, Wall Street se vuelca con Barack Obama, que aunque el presidente electo, en cumplimiento de su programa, ha introducido una serie de limitaciones a su equipo para recaudar fondos de cara a los fastos de su fiesta de investidura, el próximo martes, la mayor parte de los 27 millones de dólares recaudados hasta ahora, es decir 19 millones de euros, provienen de empleados de bancos y empresas.
Normalmente, la mayoría de las contribuciones privadas vienen de las grandes corporaciones y de los lobbies, pero Obama ha prohibido las donaciones directas de las empresas y limitado las individuales a 50.000 dólares –unos 37.000 euros– y hasta los 300.000 dólares el total de lo que puede aportar un mismo individuo a través de fund raisers, actos sociales destinados a recabar aportaciones de acaudalados contribuyentes.
Esas eran las premisas iniciales, pero los más importantes periódicos –como el Wall Street Journal– han publicado que más del 90 por ciento de las aportaciones para la fiesta proceden precisamente de fund raisers y se ha citado por ejemplo que un ejecutivo del banco de inversión Lehman Brothers ha conseguido recaudar 115.000 dólares, a través de estos actos, y otro alto cargo de un gigante financiero como Citigroup ha conseguido por el mismo procedimiento 265.000 dólares. Vamos, que, como suele ocurrir, una cosa es predicar y otra dar trigo, y cuando de dinero se trata y sobre todo si es para celebrar a lo grande la llegada del primer presidente negro en la historia de EEUU, ascos, los que se dice ascos, se hacen los justitos.
Es verdad, como se ha dicho, que tradicionalmente la celebración de la toma de posesión del nuevo presidente suele estar en su mayor parte financiada por donaciones privadas hechas para tal fin, lo cual ahorra dinero al contribuyente, pero no está el horno en Wall Street para bollos después del batacazo financiero para que se permitan alegrías en festejos, salvo que de lo que se trate es de congraciarse con el nuevo líder y eso es harina de otro costal. De momento todos estamos obnubilados por el hombre del “yes we can”, que la semana próxima deberá remangarse para crear los cuatro millones de empleos que ha prometido, cerrar Guantánamo inmediatamente para restablecer el derecho de habeas corpus y enfrentarse a la mayor crisis económica desde la gran depresión. Sólo en pensar su poder y su responsabilidad da vértigo.