Hace un par de años, algunos jerezanos preocupados por la conservación del patrimonio abrieron una ventana en internet para denunciar las tropelías que se estaban cometiendo sobre el legado histórico y artístico de la ciudad. De veras no son pocos los argumentos que el día a día ofrece para llevarse las manos a la cabeza.
El penúltimo episodio tiene como protagonista a la iglesia de Santiago, cuyo estado de abandono parece haberla convertido en una suerte de catedral del pillaje y el saqueo. No se trata ya de que se retomen las obras de rehabilitación a las que la Junta de Andalucía destinó un dinero que no aparece por ninguna parte. Se trata, al menos, de sellar sus accesos y garantizar que el edificio disfrute de cierta protección. No parece tan difícil. Santiago es uno de los grandes patrimonios materiales con que cuenta la ciudad. Pero la destrucción del acervo histórico local no se detiene únicamente en la piedra, hay más.
Y lo peor no es que existan otros motivos para la preocupación de quienes profesan cierto apego a sus cosas. Lo peor es que apenas existe conciencia de que en estos últimos años se nos han venido abajo otras piedras casi sin darnos cuenta. Quizá porque no hay vallas perimetrales que cobijen los desplomes, ni carteles que anuncien próximas rehabilitaciones.
Se presume hoy de la zambomba que no existe, de aquellas reuniones de las noches de diciembre que alternaban los pestiños y el anís con el cante más o menos acompasado del romancero andaluz que Jerez supo convertir en coplas de Nochebuena. Y no me refiero ya a aquellos desaparecidos corrillos en inexistentes patios de vecinos, sino a esos encuentros que no hace mucho tiempo se celebraban en las peñas, las hermandades o los centros de barrio. Ahora se llama zambomba a un espectáculo cualquiera que se represente sobre las tablas de un teatro o en el perfectamente improvisado escenario de una plazoleta. Y se reparten invitaciones, cuando no se cobra una entrada. Y no se ofrecen pestiños ni aguardiente, sino consumiciones. Se nos ha caído el patrimonio inmaterial de la zambomba sin que nadie se haya dado cuenta. Sin hacer ruído. Sin agua, sin viento..., y sin frío