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Hablillas

Un relumbrón de emoción

El pasado viernes 16, en un conocido y céntrico recinto isleño el público asistente gozó de un espectáculo de danza clásica española incomparable.

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En este rincón del sur han visto la luz muchos artistas a quienes el trabajo y el tiempo les han recompensado con la inmortalidad de una leyenda que, en casos concretos, se acompaña de la evocación y de la exaltación de su relativa antigüedad. Unos dieron el salto pero otros no se atrevieron, no quisieron o no pudieron alejarse de los esteros, los caños y las salinas que orillan esta Isla, aunque gozaron su momento haciéndolos inolvidables. Así los cronistas recogieron muchos nombres que aún suenan en las tertulias particulares, radiofónicas y televisivas de nuestra localidad, repetidos por una voz grave que tiembla de emoción al recordarlos, al revivir historias compartidas. Nuestro presente es la continuación de esta larga, interesante y exquisita nómina con claros referentes en el flamenco. En la mente aparecen esos nombres que todos conocemos.

En el baile, en cambio, dicha nómina resulta más escueta, mujeres en su mayoría, que empezaron en las escuelas de baile, probablemente al salir del colegio. Ellas han sido, son el caldo de cultivo de las figuras que despuntaron el primer día que franquearon la entrada, nada más ajustarse la hebilla de los zapatos y ponerse la falda de ensayo. Sus nombres brillaron con la aureola del éxito y ahora se consolidan. Otros, en cambio comienzan a repetirse, a sonar, a ser solicitados para ofrecer una muestra de su arte, para alumbrar una velada y dejar ese particular y hermoso relumbrón de emoción.

El pasado viernes 16, en un conocido y céntrico recinto isleño el público asistente gozó de un espectáculo de danza clásica española incomparable. Estuvo a cargo de la profesora María Rosario Benítez Alfaro, acompañada por los profesores Manuel Butrón al piano y Ramón Núñez en la percusión. Ella empezó desde niña, en el Albarizuela Ballet, luego en el grupo Adolfo de Castro y más tarde recibió clases de Juan Parra y Paco del Río en Jerez. Finalizada esta etapa estudió cinco años en el Conservatorio de Sevilla y posteriormente con Manolo Marín. María Rosario, Chari para su familia, sus amigos y sus alumnas, bailó con la elegancia específica que imprime el ballet clásico perceptible en los pies, con el braceo impecable de la perfección formal, del conocimiento de la técnica, concluyente en una amplia gama de expresiones armonizadas que constantemente dialogaban con la música, derrochando sentimientos que transmitió y compartió con el público.

Comenzó el espectáculo con la tradicional bata de cola que serpenteaba tras sus movimientos. Un hermoso duelo de ondas acariciando la noche y un mantón arrullaban el aire cálido en el que un mechón dibujó la travesura de su escapada en forma de rayo. Las piezas siguientes, algunas de ellas tan conocidas como “la tarara” y  “el clavel”, se acompañaron del rojo y del vuelo del vestido que impulsaron los pies de la artista, a quien no se la oía bailar, pero sí taconear. En la rumba “Embrujo” se deslizaba con dulzura y elegancia para luego zapatear enérgica y rítmicamente alternando los golpes con planta, talón y punta. En el “tanguillo” dotó de vida al sombrero y el tango “Por una cabeza” fue reestrenado, la consecuencia de una fusión entre bulerías y jazz.

El conocido “Corazón partío” dio paso a la despedida y María Rosario dijo adiós solicitando la presencia de su hermana, sus alumnas y amigas para bailar unas sevillanas. Manuel Butrón, entre risas, dirigió un grupo muy heterogéneo y Ramón Núñez marcó el ritmo y los cambios. Desde esa noche el relumbrón de emoción no ha dejado de brillar. Serán leyenda.

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