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Los españoles, de puente

Como diría mi admirado Luis del Val, y sin embargo amigo, los españoles le han hecho un corte de mangas al premio Nobel de Economía, Paul Krugman...

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Como diría mi admirado Luis del Val, y sin embargo amigo, los españoles le han hecho un corte de mangas al premio Nobel de Economía, Paul Krugman, que el otro día se pasó por Madrid para advertirnos de que el futuro de nuestra economía es aterrador. Pues toma cinco millones de desplazamientos, en lenguaje DGT, durante el puente de San José, en vísperas de la primavera y, en el peor de los casos, como terapia.

Tendría gracia que, con la que está cayendo, los españolitos de a pie estuvieran siendo más receptivos al incurable optimismo de Zapatero que a los agoreros de allá, como Krugman, o los de acá, como esos coros mediáticos de la derecha sin complejos que se recrean en la morbosa descripción de nuestros males. De momento, constatemos que la gente está dando buena cuenta de estos cuatro días de vacaciones puenteadas. Constatemos también que, aunque vamos camino de los cuatro millones de parados, aún no escuchamos el ruido de las cacerolas vacías.

No será por falta de motivos. El número de familias con todos sus miembros expulsados del mercado laboral está en torno a las 830.000. Sin embargo el malestar social no acaba de hacerse patente en España. Su eventual escenificación es lo que llamo ruido de cacerolas. Es decir, la representación del cabreo de la gente en la calle y en los telediarios a la hora del almuerzo. Ya ocurrió en Finlandia, con caída del Gobierno incluida; en Francia, donde siete sindicatos convocaron una huelga generalizada, o en el Reino Unido, donde la protesta se centra en la contratación de trabajadores extranjeros.

En nuestro país no vivimos ajenos al drama social de la crisis. Pero tampoco hemos alcanzado el umbral de aguante. ¿A partir de qué cantidad se puede hablar de una cifra de parados socialmente insoportable? En mi opinión, el subsidio, la cobertura familiar y la economía sumergida suavizan el drama. O lo aplazan. Y, por decirlo todo, no existe por ahora la fuerza política, social o sindical que sepa, pueda y quiera canalizar el hasta aquí hemos llegado mediante la movilización social.

Fíjense en Francia. Los sindicatos sacan a la gente a la calle porque el Gobierno Sarkozy ayuda más a los banqueros que a los trabajadores. Exactamente lo mismo se podría decir del Gobierno Zapatero. Sin embargo, aquí sólo se movilizan los estudiantes insumisos del plan Bolonia, los trabajadores del ABC y los agitadores de la campaña del lince. Aparte de los lugares comunes del ruidoso antizapaterismo, las cosas no parecen estar lo bastante maduras como para abanderar una revuelta. De momento, nos vamos de puente.

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