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La tribuna de El Puerto

Hambre de conspiraciones

Pero resulta que hay una conspiración que es auténtica, sobre todo porque cumple el requisito fundamental para serlo: nadie sospecharía que existe

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Casi todos conocemos alguien presto a hablar sobre conspiraciones. La de los que manejan el mundo (Bilderberg y demás), la de la banca (con o sin políticos), la de los políticos (cada uno en su nivel), la siempre socorrida de las multinacionales (mejor con transgénicos), la de los servicios secretos (mejor con tufillo USA) y tantas que necesitaría un enorme rollo de papel higiénico para enumerarlas.

Desde la judeo-masónica de tiempos pre-democráticos, hasta las de los milenios de Iker, pasando por las hollywoodienses, toda conspiración constituye una interesante forma de comerse el coco y pasar el rato. De entretenerse.

Pero resulta que hay una conspiración que es auténtica, sobre todo porque cumple el requisito fundamental para serlo: nadie sospecharía que existe. Ni siquiera la imaginaríamos. 


Es más, si conociésemos a sus responsables jamás lo admitiríamos, porque somos nosotros, la sociedad, los que conspiramos contra nosotros. No, no desvarío, me explicaré.

Sin entrar en detalles, los sociólogos saben que hay acontecimientos que, favorecidos por el entorno, pueden generar situaciones que terminan por alterar los hechos hasta el extremo de alterar la realidad ante el entendimiento de las personas involucradas. Actuando muchas de ellas (sin saberlo) como “impulsores necesarios” para la alteración en curso.

Esto puede ocurrir tanto en el mundo real como en el virtual, e inicialmente no tiene por qué ser premeditado. Valdría como ejemplo la forma en como una falsa bonanza económica, generada por una concatenación de factores que a todas luces no la habrían sustentado (como pensar que el precio de las casas no dejaría de subir), ayudada por la autocomplacencia de toda una sociedad (por resumirlo simplonamente), y fomentada por el interés de los sectores financieros y políticos (incrédulos ante la suerte que estaban teniendo), logró inducir al endeudamiento a montones de personas, generando una burbuja económica.

Cuando intentamos explicar, a la luz de la razón y la lógica, uno de estos acontecimientos favorecidos por el entorno (y más aún sus consecuencias), las alteraciones generadas (que no son imaginarias), nos hacen pensar que alguien “maneja o manejó” los sucesos para lograr sus propósitos. Y la conspiración está servida.

En una de sus famosas doce pruebas, tras haber penetrado Asterix y Obelix en el antro de la bestia, les preguntaron cómo era, y el siempre hambriento Obelix contestó: “muy sabrosa”. Puede que con las conspiraciones nos pase algo parecido, no sabemos realmente nada seguro sobre ellas, pero “disfrutamos saboreándolas”, porque tenemos hambre.  De forma que si no las hay, las inventamos.

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