A media tarde de la víspera de Reyes, El Corte Inglés y otros señeros templos navideños ejecutaron uno de los ritos más desconocidos y hechizantes del Adviento: cubrió todos sus escaparates, ocultando su interior, para que la magia se produjera de nuevo, como cada cambio de ciclo consumidor. Al día siguiente fueron retiradas las lonas y, oh, los mismos maniquíes aparecieron, con ropa también fabricada en Tailandia, aunque todos aceptamos de buena gana el viejo truco y nos lanzamos a comprar como si fuese el último amanecer.
Quizás en el Parlamento de Andalucía se produzca el mismo fenómeno, en este caso con su ritmo casi geológico. El telón ahora oculta de miradas indiscretas el interior del escaparate, y dentro de dos semanas aflorará un nuevo gobierno, con sonrisas nuevas, miradas de oferta, y verbo rebajado y convincente.
Nada más hermoso que la ilusión. Es lo que da forma al edificio del amor, de la suerte, de la esperanza. Cuando alguien que ya no cumplirá los 50 se ilusiona, es que ha decidido ignorar las señales que la realidad le lanza. Volverán a hacerte sufrir, no lo hagas, susurra el duendecillo pragmático desde el bolsillo de la cartera. Pero no hay manera, todos queremos creer, necesitamos creer, que ese jersey resulta irresistible; el nuevo gobierno, esperanzador; y el amor que aparece será, por fin, el definitivo.
La especie que destruye el planeta sin piedad no toma ninguna decisión racional, apoyada en la ciencia y en el infalible método prueba-error. Todas las cuestiones importantes las resolvemos en el hemisferio derecho, desde la carrera a estudiar a con quien reproducirnos. Los padres a veces ahorran a sus hijos el trabajo de elegir, es decir, de equivocarse, y los bautizan con pocos días o les inscriben antes de nacer en un equipo de fútbol.
Y, a pesar de todo, la manta que se cierra y abre para mostrar tras el cristal el mismo perro con diferente collar supone, quizás, lo más parecido al cambio y la ilusión de decidir que podemos tener a nuestro alcance en este inicio de milenio. La fantasía de la libertad y el libre albedrío cada día resulta más lejana, e incluso indeseable para muchos. Por eso gusta la ultra derecha, porque nos ahorra pensar para comprender al otro, a lo nuevo.
¿Quieren la prueba definitiva? Google me ha enviado como regalo de Reyes el listado de localidades que visité en 2018. Un hecho desesperanzador a poco que se reflexiona. No siquiera en eso tuve capacidad de decisión. Viajé a donde me envió mi jefe por motivos laborales o Ryanair por causa de ocio.
