La Batalla de Trafalgar dejó a la Marina Española en una situación caótica. Para más desolación en el panorama nacional, aparecen en el horizonte marinero dos innovaciones que transformarán radicalmente la navegación y el combate naval. Son el vapor y el acero. El primero, desde que el estadounidense Robert Fulton consiguiera dominarlo de manera adecuada para que su potencia se pudiera canalizar con un aprovechamiento total. En cuanto al segundo, desde que el aumento de la potencia de fuego de los cañones hace ver que las maderas de los buques no soportan las andanadas enemigas y se han convertido en frágiles cascarones.
La idea de acorazar los buques había sido española y en el sitio de Gibraltar se había usado por primera vez, pero aquellos buques pesaban demasiado y a vela, sus maniobras eran muy lentas y a la postre resultaron poco operativos.
El pistoletazo de salida lo da la construcción de la fragata acorazada La Gloire, que combina el vapor con la vela; encargada por el gobierno francés a los astilleros de Tolón se botó en 1859, quedando totalmente alistada en 1860. En ese momento, el barco acorazado podía destruir a cualquier navío del mundo sin que sufriera daño importante.
Todavía los cascos de los barcos se construyen de madera y se forran de planchas de acero, pues no se había solventado el problema de la estanqueidad, pero la tecnología superará pronto este escollo y el casco se construirá, por el sistema de remaches calafateados, totalmente de acero.
España carece de barcos adaptados a las nuevas tecnologías, y además, los astilleros españoles tienen pendiente la revolución industrial que metió al mundo en el modernismo y son incapaces de construir los nuevos acorazados que las marinas de otros países están construyendo, por eso, el gobierno agiliza la contratación con astilleros extranjeros para construir buques que puedan hacer frente a las escuadras vecinas y, sobre todo, poner algo de orden en el desconcierto colonial de ultramar que crece cada día sin remisión.
En 1862, los astilleros de La Seyne, en Tolón, reciben el encargo de construir una fragata acorazada para España. Será totalmente de acero y va a costar al erario público algo más de ocho millones de pesetas, cifra más que respetable para la época. El día 19 de noviembre de 1863, el obispo de Tolón bendice la botadura de la fragata a la que se le ha puesto el nombre de Numancia. Algo más de un año después, la fragata ha superado todas las pruebas y está en Cartagena, completamente alistada y presta para salir en dirección a América del Sur con el objetivo de unirse a la escuadra del Pacífico.
El día cuatro de febrero de 1865, al mando del Capitán de Navío Casto Méndez Núñez, uno de marinos más capacitados y con mejor historial, la fragata salió del puerto de Cádiz con dirección al Océano Pacífico.
Las órdenes eran concretas y de solo pensarlas, a muchos ponía el vello de punta. Los nuevos navíos acorazados no estaban todavía a punto para largas travesías. Sus reservas de carbón no les permitían singladuras dilatadas y tenían que ir recalando en puertos en los que se les pudiera surtir de carbón y agua para las calderas, que no era posible en todos. Francia y Gran Bretaña habían fracasado estrepitosamente al querer mantener acorazados a mucha distancia de sus zonas de influencia. Luego y para colmo, habría de doblar el Cabo de Hornos, eludiendo el Estrecho de Magallanes, en donde la flota chilena le podría estar esperando para tenderle una emboscada.
Así las cosas, la "Numancia" salió al Atlántico y puso rumbo a las Islas de Cabo Verde, llegando a la de San Vicente a los nueve días. Repusieron agua y carbón y el día dieciséis de febrero, partieron rumbo a Montevideo, a donde arribaron el trece de marzo. En la capital de Uruguay se les unió un buque de transporte, el Marqués de la Victoria, y los dos juntos se dirigen a Valparaíso, en la costa pacífica de Chile, doblando el temido y temible Cabo de Hornos en un momento climatológico que empieza a ser muy malo, pues acaba de terminar el verano austral y comienza el otoño, que algunos años es la peor estación para cruzarlo.
El Cabo de Hornos es la tierra más próxima al continente Antártico. Pertenece a Chile, aunque está lejísimo de cualquier zona civilizada del país y es el punto en donde se encuentran los océanos Atlántico y Pacífico. Ya de por sí, esa circunstancia podría ser de notoria importancia, pues es sabido que ambos océanos tienen distintos niveles, lo que obliga a usar un sistema de exclusas en el Canal de Panamá, que los une por Centro América, pero es que además de la diferencia de nivel, que produce corrientes incontroladas, oleaje que parece llegar desde todos los lados y otras muchas circunstancias desfavorables para la navegación, es una zona de tormentas permanentes, vientos huracanados, icebergs incontrolados, y toda suerte de adversidades que acompañan a los pocos marinos que se atreven a cruzarlo.
Lo habitual es usar el Estrecho de Magallanes, bastante más al norte, y que en algunos puntos es un verdadero mar interior, tal es su amplitud, pero la presencia de la "Numancia" obedecía, como se ha expresado, a la necesidad de reforzar la flota española en su guerra contra las marinas de Chile y Perú. El Estrecho de Magallanes, como todo el resto de aquella parte del mundo, pertenece a Chile y por tanto, en cualquiera de los múltiples recovecos del largísimo canal, podría esperarse una emboscada que diera al traste con el refuerzo de la flota que pretendía el gobierno español.
Por fin, tras muchas vicisitudes que son superadas por el arrojo, la decisión y el buen oficio del comandante de la fragata, llegan a Valparaíso, el día cinco de mayo de 1865 y en donde se unen a la escuadra del Almirante Juan Manuel Pareja Trasero. A partir de ese instante, la sucesión de hechos revela un movimiento vertiginoso. Chile y Perú declaran la guerra a España. La fragata chilena Esmeralda -nombre que heredó el buque escuela del mismo país que décadas atrás protagonizó muchos incidentes sociales en cada puerto en que atracaba como buque insignia de la dictadura de Pinochet-, captura a la goleta española Covadonga, y la incorpora a su flota, lo que produce tal grado de desesperación en el Almirante Pareja, que se suicida el veintiséis de noviembre de 1865. Le sucede en el mando el héroe de esta historia, Casto Méndez Núñez, el cual se dispone, con su invencible fragata acorazada, a dar un escarmiento a chilenos y peruanos.
La escuadra combinada, que conocía la costa chilena mucho mejor que los marinos españoles, utilizan ese dédalo de canales en que se convierte el sur de Chile, para esconder sus barcos en el archipiélago de Chiloé y más concretamente en el Canal de Abtao, en donde son descubiertos por los barcos españoles, iniciándose un combate naval que se saldó con la retirada española, pero sin victoria para ninguna de las dos partes.
Enterado Méndez Núñez de esta circunstancia, pone cerco a la ciudad de Valparaíso, a la que bombardea causando enormes pérdidas. Luego se dirige al norte, hacia Perú, en donde, con su escuadra, pone cerco a la ciudad de El Callao, la plaza más fortificada del enemigo.
El dos de mayo de 1866, Méndez Núñez se dispone a atacar y a las once de la mañana comienza un duelo artillero que dura seis horas, tras las cuales, la plaza ha perdido casi todas sus defensas, mientras la flota española apenas ha sufrido daños apreciables en algunas de sus naves. Solamente cuarenta y siete marineros habían resultado muertos, mientras del lado peruano, había dos mil fallecidos; incluso el Ministro de la Guerra y Marina, José Gálvez, pereció en el bombardeo de la fortaleza de la ciudad.
Españoles y peruanos se siguen considerando vencedores de aquella batalla, en la que unos pusieron más muertos que otros, pero las cosas quedaron exactamente igual que estaban.
Quizás para ambas partes fuese oportuno emplear aquí el término "pírrico" y que hace referencia a victorias que se producen después de haber sido derrotado, o de haber perdido casi todo lo que se tenía como poder bélico. "Pírrico" es un término que procede de la campaña guerrera que Pirro II, rey de Epiro, en Grecia, emprendió en la península italiana en donde sorprendió a los enemigos con un ejército en el que hacían acto de presencia los elefantes, mucho antes de que Aníbal cruzara con ellos los Alpes.
Pirro gano las batallas, pero a costa de tantas pérdidas que su ejercito quedo diezmado y hubo de retirarse. Cuando sus generales acudieron a felicitarle, dicen que respondió: "Con otra victoria como esta, estoy perdido".
Pero en la batalla de El Callao se da además otra circunstancia y es que nunca debió haberse producido, pues el gobierno español se lo prohibió expresamente a Méndez Núñez, que hizo caso omiso a las órdenes recibidas.
Las órdenes eran poner rumbo a las Filipinas, cosa que hizo posteriormente, para desde allí regresar a España, dando la vuelta al mundo que duró dos años, siete meses y seis días y que fue la primera vez que se hacía por una fragata acorazada. En premio por sus hazañas, Méndez Núñez fue ascendido a Brigadier y a la "Numancia" se le dio la Medalla de Circunnavegación con una leyenda que dice: "A los primeros que dieron la vuelta al Mundo en buque blindado. Fragata Española de Guerra "Numancia". 4 de Febrero de 1865. 20 de Septiembre de 1867".
En el año 1896 fue enviada a los astilleros en donde la construyeron, para una remodelación importante, en la que se sustituyo la máquina impulsora y parte del armamento y por cuya razón no pudo participar en la defensa de Cuba, que de contar con tan poderoso buque quizás hubiese tenido otro cariz. La "Numancia" estuvo en servicio hasta 1912 en el que una Orden Ministerial dispuso su baja. Hasta ese momento, proporcionó a España un prestigio internacional y fue orgullo de la Armada.
Desarmada y vendida para desguace a una empresa bilbaína, se dispuso su remolque desde Cádiz hasta Bilbao, pero el orgulloso navío no se sometió a la humillación de ver sus memorables corazas convertidas en chatarra y frente a Setúbal, en la costa portuguesa, se hundió, como reclamando para sí un final apropiado a quien había prestado a España tantos días de gloria.
Méndez Núñez, murió en Pontevedra el 21 de agosto de 1869 y desde 1893, sus restos reposan en el Panteón de Marinos Ilustres de San Fernando.
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