El cielo de Sevillaland se llena de golondrinas aviones y vencejos, hermoso testimonio natural de un tiempo eterno, de un paisaje que nos acompaña desde los inicios y, sin embargo, aún no hemos destruido. Quizás porque no coge a mano, o porque nos ha faltado tiempo, pues en los últimos 20 años ha bajado un tercio la población de vencejos en España, sin que en la ciudad nadie parezca preocupado.
El ballet de los vencejos, fórmulas uno del aire, jovencitos sin miedo a la muerte, es un espectáculo natural que ofrece Sevillaland cada tarde de verano digno de coger silla y sentarse a disfrutarlo. Los guías no lo saben, menos mal, algo intocado en esta urbe que parece un gigantesco bypass por la que multitudes circulan sin pausa.
Lo más asombroso de esta aerodinámica ave es que no se posa nunca, hasta duerme volando. Sólo toca una superficie sólida para criar, y en esas semanas detiene su deambular por varios continentes y comparte con nosotros la ciudad.
En Sevillaland viven personas-vencejo a la que debemos agradecer que se posen durante un tiempo. El escritor Fernando Mansilla, por ejemplo. Se trataba de un señor de negro, con sombrero, mirada clara siempre asombrada, y compuesto por más kilos de sombra que de carne. Para que lo entienda rápido el amable lector que responda al fenotipo rociero, se trataba del Rafa Serna del lado salvaje.
Entiendo que a su muerte no haya un ceramista preparando ya toda suerte de placas conmemorativas de ‘aquí vivió’ y ‘aquí nació’; ni juntando los baldosines con las quince letras de su nombre ante la inminente rotulación de una calle recoleta, pero principal.
O quizá una rotonda, como Cayetana, situada -parece un sarcasmo- en el espacio donde Bécquer pasó la infancia mirando el río.
Lo entiendo y me congratula. La Sevilla auténtica, la todavía no subsumida dentro de Sevillaland, incluye un patio trasero, un lado incómodo, distrito de las esquinas afiladas y poemas en verso libre. Donde no hay geranios ni rimas consonantes. Uno de los nacidos para ser malditos, Silvio Fernández Melgarejo, sí acabó con una calle, aunque por mera aproximación a los valores patrios locales.
Me temo que la progresiva caída de la población de vencejos oculta algo más profundo. Un cambio global que dará lugar a otros ecosistemas en el cielo de Sevilla. Mientras, disfrutemos de su ballet aéreo y de los personajes esquinados, siempre listos para esfumarse, que alzan la mirada para disfrutarlo. Sin rimas consonantes.