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La chabola y el Palau

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No es probable que a Félix Millet, el presidente saqueador del Palau de la Música de Barcelona, le afecte gran cosa que el juez le haya retirado el pasaporte. Sin él se puede viajar a muchos sitios, pero ¿para qué huir del país donde se usa tanta condescendencia con el que roba millones? Al que roba poco, unos cables de cobre o unos jamones en una nave de las afueras, se le entrulla sin contemplaciones, pero al que roba mucho, como el confeso Millet, que no sólo se apropió de sumas fabulosas, sino que despojó a los ciudadanos de su derecho al disfrute y a la educación musical, se le retira el pasaporte como si se le diera, en puridad, un tirón de orejas.


Este personaje, de lo “mejor” de la alta burguesía catalana, y su mano derecha, Jordi Montull, desviaron del Palau y del Orfeó a sus bolsillos, según el fiscal, unos diez millones de euros entre pitos y flautas, y esa debe ser la razón por la que a Millet no se le veía nunca en los conciertos: estaba mangando.
Y antes es la obligación que la devoción.

A Millet se le acusa prácticamente de toda clase de delitos dinerarios, de la estafa al blanqueo, del soborno a la financiación ilegal de partidos, y, por gamberrito, el bondadoso juez le ha retirado el pasaporte.
En la cárcel se malea uno, y no es cosa de que un señor tan honorable vagabundee por un patio junto a vulgares chorizos.

Sin embargo, a ese juez clemente y comprensivo le ha debido pasar inadvertido un dato que convertiría a Millet en espantosamente vulgar y, en consecuencia, en firme merecedor del presidio: una parte de lo que robó a la música y al bello templo modernista del Palau se lo gastó en reformas para su casa y las de sus familiares, a algunos de los cuales, por cierto, tenía colocados en el Palau con sueldos de aquí te espero. ¡Reformas! Por ahí, por esa vulgaridad inmarcesible, empezó a caer Marisol Yagüe, la ex-alcaldesa de Marbella.

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