El tiempo en: Vejer
Publicidad Ai
Publicidad Ai

El jardín de Bomarzo

Salvarnos en esta Navidad

Porque esta Navidad está claro que va a ser diferente y es justo ahora cuando empezamos a tomar conciencia cierta de lo inevitable del hecho

Publicado: 27/11/2020 ·
10:04
· Actualizado: 27/11/2020 · 10:04
Publicidad Ai
Publicidad Ai
Publicidad Ai
  • El jard?n de Bomarzo.
Autor

Bomarzo

Bomarzo y sus míticos monstruos de la famosa ruta italiana de Viterbo en versión andaluza

El jardín de Bomarzo

Todos están invitados a visitar el jardín de Bomarzo. Ningún lugar mejor para saber lo que se cuece en la política andaluza

VISITAR BLOG

"Las únicas personas realmente ciegas en Navidad son las que no tienen la Navidad en su corazón". Helen A Keller.

Pudiera ser que el incremento de ventas estos días de espumoso caro -sic- se deba a las muchas celebraciones por cuanto este Covid-19 impedirá la visita en Navidad del familiar corte cuñado pesado, ese que llega con las manos vacías, ocupa el mejor sitio de la mesa que es justo aquel desde el que a brazo extendido alcanza todos los platos, come a destajo y critica el vino, la temperatura o calidad de los langostinos, al Gobierno o a la oposición cuando nunca le ha dado un palo al agua y, para rematar, se bebe el resto de ese escocés que tenías guardado como un pequeño tesoro líquido para una tarde de lluvia y frío navideño. Lo mejor que tiene la visita es cuando cierras la puerta tras su marcha y, piensas, "qué he hecho para merecer esto". Y como esta Navidad parece que tocará contar comensales a la mesa, el familiar corte cuñado pesado -o, peor, suegra insufrible- tiene todas las papeletas de no pasar precisamente el corte. Una noticia positiva, al fin.

Porque esta Navidad está claro que va a ser diferente y es justo ahora cuando empezamos a tomar conciencia cierta de lo inevitable del hecho, ante lo cual la frase de salvar la Navidad se extiende como la pólvora por todo el territorio como si fuese el último título Disney para estas fechas sobre un malhechor que pretende eliminar la entrañable tradición para, así, alimentar sus odios. Nunca, ni en nuestros más oscuros sueños, pensamos que entraría en riesgo algo tan arraigado como la Navidad, ante lo cual se elevan los temores sobre que no estamos a salvo de nada; los desastre naturales son un hecho, el cambio climático puede acarrear consecuencias difíciles de imaginar, un virus cambia nuestro estilo de vida, la Navidad está en riesgo... Salvar la Navidad es el hashtag del momento, pero la cuestión es qué parte de la Navidad se pretende salvar, si la Navidad comercial y una campaña que prevé un movimiento económico de unos 10.300 millones de euros o esa otra Navidad entrañable -tan necesaria ahora-, religiosa y/o espiritual mediante la cual las familias se reúnen, en mayor o menor número, para confortarse, darse calor, celebrar que están vivos, recordar con cariño a los que no están, no importa sin al plato percebes y nécoras o salchichón de buen gusto. Quizás nos enfrentamos a la Navidad más íntima de nuestras vidas, a una parecida a sus orígenes donde decaiga el éxtasis comercial, el bullicio callejero de compras sin freno y bares a rebosar en favor de cosas más profundas y vitales como la unidad familiar, la salud, la solidaridad para con quienes no atraviesan un momento fácil y enfrentan un futuro complicado. Quizás este Covid-19 que a prueba nos ha puesto todo el año nos ponga ahora otra a la sombra del árbol navideño en nuestros salones y que, más que salvar la Navidad, la Navidad nos salve a nosotros. Quién sabe.

Las fiestas navideñas en nuestra cultura han ido evolucionando hacia la cúspide del consumismo, no hay época del año en la que se consuma más. Cuando éramos pequeños -y casi ahora- la Navidad llegaba con El Corte Inglés porque en cuanto su fachada lucía iluminada sabíamos que se acercaba; el marketing bien estudiado es un efecto llamada para sumergirnos en compras. A partir de ahí, la locura consumista ha presidido diciembre. Fiestas continuas en las que nos desahogamos de todos los problemas arrastrados durante el año, comidas mucho más copiosas que cualquier banquete de boda porque una cena de Nochebuena que se precie no puede ser con un menú habitual, ni tan siquiera normal, hemos de cenar como si no hubiera un mañana. Del mismo modo, regalar de forma obsesiva, abarrotar las tiendas lanzándonos a las compras, en la mayoría innecesarias para el destinatario, de hecho luego las tiendas se vuelven a abarrotar con las devoluciones. Nuestras Navidades se han convertido en una demostración de derroche que en nada tiene que ver con el espíritu de la Navidad. Cuando luego contamos a compañeros y amigos cómo han sido nuestras fiestas, los relatos parecen una competición donde quien mejor se lo ha pasado es quien comió más, regaló mucho y obtuvo cuantiosos obsequios y si son caros, mejor y, no nos engañemos, esto ha sido la Navidad desde los últimos veinte o treinta años: unas fiestas muy crueles para toda esa multitud de personas que no pueden ni cenar banquetes, ni llenar de regalos a sus hijos y familia. Crueles también para los que sufren enfermedades, para los que están solos en su casa porque no les queda nadie o están lejos o para los que han perdido un familiar o amigo y el duelo se hace insoportable en esos días festivos. El mundo real dista bastante del iluminado en Navidad. 

Como tampoco parece que sea real que Jesús naciese el día 25 de diciembre, estamos ante una de las fakes news más antiguas. Algo que historiadores vienen contando pero que a la iglesia Católica nunca ha interesado desvelar porque destruir esto sería debilitar su ya entredicha credibilidad. De entrada es sabido que cuando Jesús nació había ovejas pastando, esto lo relatan los evangelios y todo Belén que se precie tiene entre sus figuras un rebaño de ovejas. Pero los judíos llevaban a los ovinos al desierto por la Pascua y las traían en otoño, por tanto el nacimiento podría haber sido en septiembre u octubre. De hecho, hay muchos autores que sitúan la decisión de fijar el 25 de diciembre como fecha del nacimiento en una propuesta del Papa Julio I en el 350, decretado por el Papa Liberio cuatro años más tarde. Y todo para neutralizar la fiesta pagana llamada Saturnalia que se celebraba desde el 25 de diciembre al 6 de enero, unas fiestas de origen romano alrededor del dios Saturno que celebraban el solsticio de invierno. También el Belén lleva su nombre por la tesis de que allí nació el niño, pero ni esto es seguro. Los mismos cuatro evangelistas difieren en la ubicación: para Mateo y Lucas en Belén y para Marcos y Juan en Nazaret. La mayoría de estudiosos se decantan por esta última. Pero a estas alturas no es cuestión de cambiar la letra del villancico porque no nos cuadraría un "a Nazaret pastores..." -dejémoslo estar-. 

Así las cosas, tenemos unas fiestas navideñas que se orientan al consumismo y a aparentar una obligada y exultante felicidad. Que celebra el nacimiento de Jesús un día en el que no nació y que   representamos la escena con un llamado Belén que ni siquiera es su  ciudad natal. Y un virus que nos ha cambiado la vida, hábitos y prioridades, pero que nos puede empujar a vivir nuestra nueva realidad navideña más hacia adentro e íntima, más orientada a repartir cariño, fraternidad y mucha -mucha- solidaridad, rodeados de cinco seres queridos y, con todo eso, -con ni más ni menos que solo eso-, no debería hacer falta nada más.

TE RECOMENDAMOS

ÚNETE A NUESTRO BOLETÍN