Se están subiendo a los altares laicos, con alabanza y lisonja, a políticos del pasado reciente. Las condiciones requeridas son que estén retirados de la política activa -sin disponer de cargos, aunque obviamente preocupados por el devenir de la sociedad-, y que hagan declaraciones contra el partido o sindicato con el que hicieron su carrera y consiguieron su trayectoria, sus nombres públicos y sus honores y retribuciones. Los candidatos al santoral son siempre del campo de la izquierda. A los altares los suben los portavoces políticos o mediáticos de la derecha.
Las canonizaciones y beatificaciones laicas no son nuevas. Hace unos años ya alcanzaron ese pedestal el dirigente sindical y ministro, José Luis Corcuera, el ex alcalde de Coruña y embajador ante la Santa Sede, Francisco Vázquez, el anterior secretario general de Comisiones Obreras y actual tertuliano, José María Fidalgo, Nicolás Redondo Terreros, hijo del histórico dirigente de UGT, miembro de consejos y de tertulias, y algunos más.
Las más recientes subidas a la canonización han sido Felipe González, Alfonso Guerra y Alfredo Pérez Rubalcaba, ya fallecido. Todos son reconocidos ahora por la derecha como líderes que sirvieron a España lealmente y con altura de miras, con profundo sentido de Estado y con los valores del consenso y la concordia que están vigentes presumiblemente en España desde la Transición…hasta que ha llegado Pedro Sánchez. Los interesados han debido olvidar la ferocidades del “Váyase Sr. González”, la reconocida conspiración mediática, las acusaciones contra Guerra que llevaron a la famosa frase de “dos por el precio de uno” o las imputaciones semanales a Rubalcaba en el Congreso -y en la Audiencia Nacional - por lo acaecido en un bar con nombre de ave, en una operación contra ETA, por no hablar de las lindezas sobre el 11-M.
Tienen o han tenido discrepancias con la dirección del PSOE. No respaldaron su elección. Es indiscutible que no comparten su línea política. Les rechinan los acuerdos de gobierno -incluso los acuerdos parlamentarios-, pero con la reiteración en la discrepancia y su publicitación constante, olvidan algo elemental: cuando estaban en la dirección del partido y del gobierno y The New York Times los calificaba de jóvenes nacionalistas hicieron la política que ellos ganaron en sus órganos, ni las del alicantino Rodolfo Llopis. ni las de su oposición interna. Ahora no es excesivo esperar de ellos un poco de generosidad y memoria.