Una sentencia ha abierto el debate en España sobre la conveniencia o no de que se dejen colgados crucifijos en las aulas de los colegios públicos...
Una sentencia ha abierto el debate en España sobre la conveniencia o no de que se dejen colgados crucifijos en las aulas de los colegios públicos. La ministra de Educación, Mercedes Cabrera, abogó hace tres días por dejar la decisión en manos de los propios centros. Un día después rectificó hacia la postura oficial del PSOE y argumentó que al ser España un Estado aconfesional no deberían figurar crucifijos, ni ningún otro símbolo religioso, en los espacios públicos. Se argumenta que no se quieren herir sensibilidades, pero la realidad es que si España pretende la aconfesionalidad que proclama la Constitución, la religión, sea mayoritaria o no, debe estar fuera de las aulas por simple separación del mundo político del religioso, del ámbito público del privado. Es lamentable que la ministra de Educación tuviese que desdecirse a sí misma tras, seguramente, un buen rapapolvo del partido. Pero hay que animar al PSOE a hacer mucho más efectiva su idea del aconfesionalismo.
Aunque este debate responda más a la necesidad de apartar a los ciudadanos de la crisis, es un buen momento para que se saquen los crucifijos de todos los centros públicos de España, aunque no sean muchos. Hay quien argumenta desde las filas del PP que eso fue lo mismo que se hizo durante la II República, como si se tratase por ello de un hecho delictivo. Pero hoy que se habla de si se debe olvidar el pasado o no, también se echa de menos que no se aborden estas cuestiones con más calma. Ni los crucifijos son ofensivos, ni lo es la II República, ni los españoles se dividen en dos grupos como en 1936. Que no se cuelguen crucifijos en las paredes de las aulas no debe confundirse con que se persiga a los creyentes.
Y la banalidad de este debate se demuestra al analizar, por enésima vez, el lamentable nivel de los estudiantes. No hacen falta crucifijos, pero son fundamentales los cambios en la educación para que los jóvenes españoles no se conviertan en una tropa ignorante, que desconoce su propia historia y que es incapaz de acabar unos estudios obligatorios que, dicho sea de paso, cada día son menos exigentes. En las aulas no debe haber crucifijos, pero el Ministerio debería ocupar su tiempo y esfuerzo en llenar el vacío educativo que existe.