Con el paso del tiempo ambas apreciaciones no han hecho más que consolidarse, algo de lo que, por otro lado, resulta imposible sustraerse, y no ya por cuestiones de hipocresía social, sino por la contundencia de lo que representan hoy en día, por ejemplo, muchas de las cifras que manejan los mayores.
Pongamos por caso las del paro en España, y si se mantiene el distanciamiento entre lo que representan y el efecto que nos causan, no pongan reparo en sustituir esos números por los rostros de quienes conozcan que han perdido su puesto de trabajo a lo largo del último año, verán que incómodo atragantarse con tantas cifras y tantos dramas de una vez. Porque no se trata sólo de las cifras del paro, también están las de nuestra cuenta corriente, las del euríbor, las de los recibos, las del IBI, y para que los niños lo vayan teniendo en cuenta, hasta las de las chuches, como les ha advertido Rajoy, que tiene pinta de ser uno de esos señores mayores que le decía a Saint Exupéry cuando veía sus dibujos: “Eso es un sombrero”.
Y es que por lo que respecta a los objetos, ya no sabemos si es una mera cuestión de obstruccionismo mental o de indolencia. Basta recordar la que se ha montado esta semana a causa de lo de los crucifijos en los colegios, que parece que a las aulas van ahora vampiros en vez de niños -será por el asumido influjo de Crepúsculo- y que las únicas cruces que admitimos son las que ponemos en el boleto de la Primitiva. Qué cruz, vaya cruz, la de estos mayores jartibles.