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¿Van de la mano la familia y la educación actual?

La teoría siempre suena bien, pero ¿qué sucede en la realidad?

Publicado: 26/10/2024 ·
19:53
· Actualizado: 26/10/2024 · 19:53
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  • Imagen de s05prodpresidente en Pixabay

La cooperación en cualquier ámbito es indispensable para que cualquier proyecto llegue a buen puerto, pero en la educación, la cooperación entre padres y profesorado se vuelve esencial.

La teoría siempre suena bien, pero ¿qué sucede en la realidad?

Seguramente nunca has puesto en duda la palabra de un médico, y mucho menos cuestionado si el diagnóstico es correcto o no, especialmente si está respaldado por una prueba diagnóstica.


Tampoco has dudado nunca de que un arquitecto sepa interpretar un plano o diseñar la casa de tus sueños en un abrir y cerrar de ojos.

Ni siquiera has desconfiado de la palabra de cualquier cuerpo de la ley cuando te explican, asesoran o guían por el camino correcto.

No se te ocurre pensar que la persona encargada en el supermercado se equivoca cuando te dice cuánto debes pagar.

Mucho menos cuando un ingeniero informático te explica que necesitas un ordenador nuevo porque el tuyo ya no puede rendir más.

Sin embargo, en la educación sucede todo lo contrario.

Todo es cuestionable, todo es opinable y, sobre todo, las lecciones se dan de manera abrupta.

Lógicamente, no me estoy refiriendo al currículo a nivel de autonomías ni a las políticas educativas que se están llevando a cabo; eso es una cuestión completamente diferente.

Hoy me detengo a reflexionar sobre la relación entre familia y profesorado, ya que cada vez me entristece más ver cómo prevalecen las opiniones familiares frente a un profesorado que, día a día, se siente más limitado.

Me enseñaron a amar la educación porque de ella depende la vida de cualquier persona (ya sea que continúes con estudios superiores o abandones tras finalizar la edad obligatoria).

La educación es indispensable para tener un futuro, y esa debe ser la premisa principal.

 

Parece que las familias ven cada vez más la educación desde un punto de vista mercantil. Es decir, tú, como centro educativo, como maestro/a o profesor/a, tienes la obligación de ofrecerme un servicio, y si no me gusta, tengo todo el derecho a quejarme y exigir que lo modifiques porque, a mi parecer, no lo estás haciendo bien.

 

Mi hijo o hija no está de acuerdo con tu forma de proceder, ya sea con la forma de impartir clases, de enviar deberes, de establecer exámenes, del currículo que sigues, y un largo etcétera en el que prevalece la opinión del alumnado sobre la del profesorado, y, por ende, la reacción familiar.

 

De la misma manera que no te atreverías a discutir un diagnóstico respaldado por una prueba médica, tampoco deberías cuestionar la forma de proceder de los profesionales de la enseñanza.

 

Está bien que escuches a tu hijo/a y le brindes tu apoyo, pero también es responsabilidad de la familia explicarle hasta dónde puede llegar. Nuestra misión como padres no es minar la autoridad del profesorado; nuestra meta debe ser que aprendan a respetar y, sobre todo, que aprendan a gestionar la frustración que puedan sentir en diferentes situaciones. No podemos permitir que hablen desde la impotencia y la rabia cuando no saben gestionar una situación. Si creemos que les estamos ayudando al quejarnos en el centro educativo, en realidad les estamos haciendo un flaco favor.

 

No permitamos que esta nueva generación siga siendo conocida como "la generación de cristal", porque está en manos de las familias evitarlo.

 

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