"El secreto de la vida es la honestidad y el trato justo. Si puedes fingir eso, lo has conseguido". Groucho Marx.
Resulta que el cinismo, como tantas otras cosas, es un concepto que se desarrolló en Grecia los siglos cuarto y tercero ac con la escuela filosófica cínica y su nombre viene del lugar donde se solía enseñar, un gimnasio, denominado Cinosarges. Con el tiempo mutó de su concepto inicial cual virus en la búsqueda de una propagación extensa hasta convertirse en una tendencia oficial a no creer en la sinceridad humana, a expresar posicionamientos tirando de la ironía o la burla -más o menos-. Un estudio reciente sobre 40.000 personas ha concluido que el cínico por excelencia tiene tendencia a padecer de mala salud debido, asegura el sesudo informe, a que estas personas piensan "con naturalidad" que el egoísmo es el verdadero motor que guía el comportamiento humano y, por ello, son propensas a padecer ciertas enfermedades tanto físicas como mentales porque cuando uno se instala por hábito en la negatividad es normal que termine afectado por ella. Al cínico se le conoce por una "obscenidad impúdica" a la hora de mentir, tergiversar o defender posiciones que a simple vista resultarían bastante condenables; un vacío moral de quienes solo miran para sí y olvidan el bien común y que terminan sin percibir su engaño porque mienten con sinceridad.
Cinismo y necedad suelen ir unidos porque, bien pensado, hay que estar muy necesitado o ser un poco necio para ser muy cínico. Una de las obras de la Edad Media, perfectamente aplicable a la actualidad, Elogio de la locura de Erasmo de Rotterdam, define la necedad como una forma de locura; dice el autor que siempre causa gran placer decir de pronto cuanto se le viene a la boca según convenga a los intereses del momento, con un alto grado de auto complacencia, alabarse a sí mismo -o misma- haciendo virtud de sus defectos evidentes, predicar justo lo contrario a lo que se hace convencido de que nadie lo nota. En definitiva, creer que su encanto natural se extiende a quienes le escuchan porque todo el mundo tiene una mente inferior a la suya. Aseguraba el filósofo que el prototipo del necio es el político que anda a la caza del aplauso de los tontos.
No andaba despistado Erasmo de Rotterdan. Las palabras cinismo y necedad adquieren su nirvana, no obstante, cuando se la acompaña de político. Cinismo político, dos términos que se buscan, que se atraen como imanes como el sexo desesperado en el rellano -me vengo arriba-, que se necesitan una de la otra porque se completan; es más, adquieren cada una de ellas su dimensión exacta cuando bailan pegadas porque si hay un gremio de esta sociedad nuestra que con absoluta naturalidad interprete el cinismo es el político. Lo vemos a diario, a veces casi divertidos porque alcanza tales niveles que uno mira en derredor hacia arriba buscando la cámara oculta. Además, no entiende de siglas, los hay de izquierdas, de derechas y, cómo no, a los extremos.
En el restaurante Río Grande a orillas del Guadalquivir juntó hace unos años José María Aznar a su viejo ejecutivo en conmemoración del veinte aniversario de cuando el PP llegó al gobierno y, tras hacerse la foto de grupo, el ex presidente esgrimió aquello de que el PP "es incompatible con la corrupción". Muchos de los que aparecieron en aquella imagen han salido salpicados por algún caso de corrupción, varios de ellos además señalados por Bárcenas como destinatarios de los famosos sobres con dinero negro y hay que recordar que el PP ha sido el único partido político condenado por el Tribunal Supremo en sentencia en firme por instaurar una trama de financiación ilegal del partido, beneficiándose de los negocios corruptos de la trama Gürtel y, de ello, las condenas para 29 acusados por parte de la Audiencia Nacional. Estos son hechos. No se discute que un partido, en su globalidad, no es responsable de lo que hacen parte de sus integrantes, pero tampoco un partido político tiene vida propia, hay personas que lo dirigen y resulta una necedad pensar que estaban ajenos a lo que el partido hacía y lo que resulta de un cinismo excelso es que Pablo Casado, que precisamente llegó al poder impulsado por el apoyo, entre otros, del mismo Aznar, espete un "ese PP ya no existe" ante los escándalos relatados por Bárcenas en los ocho folios enviados a Anticorrupción y, dando un triple salto mortal sobre sí mismo, señale a la Fiscalía por la presunta filtración de la misiva. En el PP gusta mucho eso de cometer un delito y acusar luego al filtrador como si lo importante fuera lo segundo cuando, es obvio, lo trascendente es lo primero. ¿O acaso además de cometer el delito lo suyo es que no se sepa?
Susana Díaz le concede una entrevista a El Confidencial y, ni corta ni perezosa, fulmina: "En la cultura del PSOE, nadie se mete ni va contra otros compañeros". O sea... ¿Cómo? Sería simpático hacer un collage con las caras cuando leyeron el titular de Rafael Velasco, Mario Jiménez, Miguel Ángel Vázquez, Griñán, Caballos, Chaves... y un largo etcétera que saben que la cultura del PSOE es exactamente otra y que Susana Díaz es precisamente un exponente fiel, quizás uno de los últimos y más evidentes, de esa cultura basada en escalar orgánicamente rasurando cabelleras y eso en el PSOE lo saben hasta los picaportes de las puertas de San Vicente; resulta de un cinismo griego rotundo el afirmar lo contrario porque justo en este momento le viene mal que tanto compañero la señale y ataque.
Como anécdota curiosa, en la misma entrevista aseguraba que la empujan a presentarse a primarias los detalles que con ella estaban teniendo tanta y tanta gente y relata un ejemplo: "El alcalde de Cala -decía-, que vino el otro día con su bastón y me trajo una caja de fresas. Esas cosas me dan la vida...". O no eran fresas o no era Cala porque en Cala gobierna una alcaldesa, Maite Rodríguez, del PSOE, y al ser una localidad interior no tiene fresas porque las fresas solo se dan en la costa de Huelva y de sus dehesas de encinas lo que se produce es producto ibérico. En fin.
El cinismo y la necedad de los políticos que lo usan de forma habitual se alimenta de la falta de memoria del público en general, que consume las noticias políticas sin demasiado interés y, por tanto, pasan rápido al rincón del olvido. Zas, zas, zas. Es normal que quien gobernó y ahora oposita venda sin pudor todo tipo de críticas contra quien gobierna a pesar de que él hizo lo mismo o peor. Es normal que se ofrezcan proyectos que cuando pudo llevarlos a cabo no los hizo. En el debate catalán del jueves se pudo contemplar como ante la llamada de atención de Ana Pastor a los candidatos por el clima de confrontación, gritos e insultos, el candidato del PP, Alejandro Fernández, que se había despachado bien hasta el momento, verbalizó un discurso apelando a la concordia, vanagloriándose de su mesura a modo "yo soy la solución", reprobando al resto por su falta de compostura. Para, a continuación, seguir sumándose al clima de falta de respeto y confrontación. Eso sí, bonito le quedó su discurso de falsa mesura. Ya lo dijo Luis XVI: "Sería conveniente que el arzobispo de París al menos crea en Dios".