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Desde la Bahía

La diaria grandeza de lo pequeño

Vivimos en una sociedad de enorme desequilibrio económico. Hay que esforzarse desmesuradamente para conseguir las necesidades básicas

Publicado: 06/10/2024 ·
16:59
· Actualizado: 06/10/2024 · 16:59
Autor

José Chamorro López

José Chamorro López es un médico especialista en Medicina Interna radicado en San Fernando

Desde la Bahía

El blog Desde la Bahía trata todo tipo de temas de actualidad desde una óptica humanista

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No hay mayor ignorancia que la de aquel que desprecia antes de conocer. Se es ciego por falta de visión, pero también se es con una visión normal, cuando los ojos se hacen esclavos de ideas retorcidas como los gajos de una higuera. En estas personas el corazón siempre tiene un amplio hueco que la envidia le ha sustraído a la ternura.

Necesitamos depurar, excluir las maldades de nuestra vida, porque ellas son los excrementos de tantos cuentos como nos han contado para intentar mantenernos sometidos. El cerebro en algunas ocasiones no es más que un albergue para los resentimientos. Si hacemos uso de la memoria, la única capaz de retener recuerdos, podremos vibrar de alegría al evocar aquella parábola de Jesús que nos enseñaba como un diminuto grano de mostaza llega a ser un frondoso árbol, cuya copa es alojamiento de cinco estrellas para los ruiseñores.

Cada persona es un árbol distinto en un inmenso bosque. Esta desigualdad es la clave para ser competente y destacar entre los mejores. La igualdad, en un terreno de tanta frondosidad, le haría perder su encanto y carácter. De esta forma -siendo distintos- se conseguirá ser un buen profesional con suficiente conocimiento y experiencia del empleo u oficio que se trate y se podrá exigir que exista un reconocimiento por la labor realizada y un salario justo. Estas son las bases o pedestal en las que se asienta el respeto, que nunca debe transgredirse en las relaciones humanas, para que jamás sea cierta aquella soleá flamenca, ejemplo de desprecio a la persona: Señor que vas a caballo/y no das los buenos días/si el caballo cojeara/otro gallo cantaría.

Vivimos en una sociedad de enorme desequilibrio económico. Hay que esforzarse desmesuradamente para conseguir las necesidades básicas. La pereza no tiene cabida, aunque a veces es la carpa que cubre el circo de tanto pseudoprogresismo. La quietud es pobreza, el movimiento riqueza.

Se empieza a ser verdaderamente pobre cuando se busca en los edificios oficiales las “ventanillas” que expenden documentos oficiales cuyo completo cumplimiento, dará lugar a la obtención de una prebenda económica. Esta “pobreza de distribución” es punto de alabanza para quien la ofrece. “La pobreza de producción” es darle la posibilidad a todo ciudadano de un empleo digno, que se corresponda con un salario de igual calidad. Lo importante no es que te paguen la letra del coche, sino tener diariamente monedas para comprar gasolina. Las riquezas que no tienen sus raíces en el terreno del trabajo y el esfuerzo, son sospechosas de estar fuera del margen de la justicia.

Uno de los momentos más difíciles y generalmente irreversibles en la vida de los seres humanos es el de la jubilación. No solo es el retiro de un empleo público o privado, al que al cumplirse ciertos requiisitos de largo tiempo de servicio o imposibilidad psicofísica hay que cesar, sino que es la edad, la vejez generalmente, la que se erige en causa fundamental. No es nada digno pasar de una situación normal de movimiento a otra de inactividad o pasividad, sobre todo siendo la nueva situación forzosa. La prestación económica -la pensión- siempre deficiente en relación con el nivel económico previo, no compensa. La vida te aparta de su camino de responsabilidad, dejas de ser importante, necesario y de libro de continua consulta de sus páginas, pasas a ser un tomo más de los múltiples que se colocan en las estanterías de las bibliotecas para no bajarlos más. Es el Síndrome de la jubilación fase de desencanto ante la vida y la sociedad, con sensación de sentirse perdido, sin propósito o a la deriva.

Pero todo tiene su resiliencia, su lado magnífico. Ahora la vida es muy distinta y a las edades de jubilación la mayor parte de las personas tiene una vitalidad psicofísica envidiable, lo que le hace dedicarse a múltiples y diferentes tareas, al ocio vacacional, al turismo relajante que aumenta sus vivencias y a ser amigo y protector de los que más nos alegran la vida, los nietos. Ahora además nos dice la ciencia que estas edades avanzadas son las más prolíficas en cuanto a posibilidades creativas, imaginativas, de duende o ingenio, en ciencia, arte o escritura. Por eso es muy loable que los mayores ávidos de cultura se organicen en tertulias, ateneos o academias.

La tierra es pequeña, ínfima -como el grano de mostaza aludido- ante el sistema solar y el universo, pero la frondosidad que puede alcanzar el árbol de nuestra inteligencia al que ahora apoya su forma “artificial” es incalculable y además, si no somos únicos, tampoco hasta el momento tenemos pruebas de otra existencia. Nuestra evolución tiene por delante un enorme camino que recorrer, pero no hay que olvidar que en la meta, como en las últimas reflexiones de los científicos, esta Dios. Los bufones del “palacio laicista” en el que hoy día estamos viviendo, creen que sus ignorantes piruetas ateas le dan un carácter humano superior. Hay miopes que se resisten a utilizar lentes.

Octubre es así, melancólico y nostálgico. Generoso en sus lluvias. Airado en sus vientos. Influyente en recuerdos y reflexiones. Sus efemérides quizás sean las de mayor peso histórico en los anales del Estado español. En sus madrugadas, cuando las maderas de los ventanales crujen al paso del aire, la modestia siente el deseo de expresarse, la inspiración la necesidad de alcanzar cuerpo real, la verdad se carga de esperanza con la ilusión de ser libre al alba y el escritor encuentra el terreno fértil donde manifestar sus ideas. Y lo hace con el deber y la ilusión de ser leído

 

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