La extraña valía del número siete

Publicado: 02/02/2025
Autor

José Chamorro López

José Chamorro López es un médico especialista en Medicina Interna radicado en San Fernando

Desde la Bahía

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Según el Talmud, siete son los cielos, y siete fueron los mandamientos básicos o Leyes de Noé
El ser humano quiso muy pronto tener cosas suyas propias, es decir, propiedades y consecuentemente saber de cuántas disponía. Había que contar y para ello ideó un sistema, la numeración. En el conjunto de los números creados, como en toda colectividad, hay una mayor o menor apreciación a cada uno de sus elementos. El cero ha tenido siempre que luchar con severas críticas que incluso le han negado su valor de número entero, pero él siempre fue obediente a las reglas de los números y ya nadie duda que se trata de un “número entero” pero sin valor positivo o negativo, es decir, es un número neutro o nulo, que se mantiene situado en medio de los números positivos y negativos. Su problema ha sido el de la ubicuidad, su distinta valía según como lleve a cabo sus desplazamientos. Aunque su valor posicional es siempre cero, al situarse por delante, a la izquierda de los demás números hace nulo su valor. Sin embargo, el desplazamiento hacia la derecha de cualquier numeración le hace eficaz. Es ejemplo de la importancia que tiene en esta vida el saber desplazarse, el coger el cauce que nos lleve al delta en el “río de la vida” y no a la algarabía de la inundación que impide alcanzar cualquier meta.

El afecto no es democrático, sería ridiculizarlo, pero tampoco se trata de una injusticia, solamente es la faz más humana que existe en nuestro planeta tierra. El afecto se gana por los pequeños detalles y las grandes realizaciones. El “siete” es un número misterioso, mágico, en parte porque es considerada que su composición procede del sagrado número “tres” y del terrenal número “cuatro” estableciendo por ello un verdadero puente entre el cielo y la tierra, simbolizando el fin de la inestabilidad y el comienzo de un periodo de equilibrio, con futuro prometedor. La primera vez que se menciona el número “7”, es para indicar el tiempo que necesitó el Todopoderoso para crear el universo: SIETE DÍAS. Según el Talmud, siete son los cielos, y siete fueron los mandamientos básicos o Leyes de Noé. Siete fueron los sabios de Grecia encabezados por Tales de Mileto y siete las cuerdas de la lira, el instrumento sagrado de Apolo. En otra dimensión siete son los vicios o pecados capitales y siete las virtudes antagonistas de los mismos. Siete son los días de la semana y siete los años de mala suerte, si se rompe un espejo. Siete los enanos de Blanca Nieves y siete las vidas de un gato. Siete las colinas de Roma y siete el libro de las Partidas.

En nuestro país siete fueron los padres que sobre ilusionado lienzo pintaron los gráficos de la Constitución española de 1978, cuya tela continuamente está sometida a “sietes” sinónimo de rotos, que ninguna costura política es capaz de disimular. Nuestra máquina de tejer Cartas Magnas tiene siete historias previas y esta octava  un conocido monstruo, Frankenstein, la tiene intimidada y deshojada.

España cada día está más irreconocible, dejando atrás aquello de que era diferente. El nuevo siglo que va consumiendo su cuarta parte ha querido ser distinto a todo lo anterior. Para ello ha venido armado de una tosca piqueta de aguda punta, que levantándola con sus dos manos ha incidido con fuerza demoledora sobre los muros de las creencias, los valores, las tradiciones y costumbres, la creatividad, las artes, la imaginación, el esfuerzo y la responsabilidad. Intenta teñir de negro la mayor parte de nuestra historia y no es capaz de quitarse de encima la tergiversada y trágica contienda, ya muy pasada, a la que da realidad virtual diariamente. Se añadieron diez unidades al número siete y el suelo hispano quedó dividido en 17 regiones, que creímos siempre estarían bien cohesionadas. La realidad es bien diferente. Varias de ellas muestran su rechazo a la unidad nacional y una promulgó su independencia. Le costó el destierro, pero no abandonar la indisciplina, con el doble agravante de por un lado mostrar un desprecio por todo lo que se refiera a España y su unidad, pero por otro y, es lo más indignante, no deja de participar en todos los asuntos del Estado, sus decisiones y elecciones de gobierno. Que curiosamente que esto lo consigue gracias a la sigla “siete”. Siete votos por obra de la magia de este número, en este caso presentando su cara más lúgubre, es ahora mismo el caudal más rico y productivo que el país conoce. No importa lo que otras regiones o partidos hayan conseguido, el siete les protege, ya que es el complemento indispensable para mantener el Gobierno actual, el más débil de los dos últimos siglos, que nunca ha tenido vocación de Estado, sino solo la finalidad política de mantenerse en el poder al precio que sea.

Las dádivas conseguidas por estos siete votos no están exentas de sentido poético. He recordado el poema “Diligencia de Carmona”. En él, siete salteadores de fama: Tragabuche, Juan Repiso, Satanás y Mala Facha, José Cándido, El cencerro y el CAPITÁN LUIS DE VARGAS, - los siete niños de Écija - eran totalmente suficiente con sus siete caballos caretos y sus siete mantas jerezanas, de mantener en vilo a todos los cuerpos de Seguridad del Estado y adueñarse de todos los caminos y de los medios de comunicación de entonces, las diligencias. Retirados en las montañas, eran estos lugares invulnerables para su integridad. Sus triunfos los celebraban en las posadas, donde era famoso el grito de “Echa vino montañés que lo paga LUIS DE VARGAS”. Siete votos hacen exactamente lo mismo. No son bandoleros - quede esto claro de forma absoluta - son totalmente legales, pero la - o las - personas que los representan son - igual que aquellos - huidos de la justicia que viven libremente en lugares no vulnerables a la justicia. Son dueños de la gobernación del país, ya que sin ellos el poder actual duraría horas. Saben que la debilidad del que preside les deja actuar a sus anchas y saben también que consiguen todas las dádivas que se le vienen a la cabeza, incluida la tenaz amnistía. El Parlamento nacional tiene un solo color, el de la pintura que ellos utilizan y mantienen en el poder a aquel que le da, sin más condiciones a cambio, que la de seguir con su mandato, todo lo que vamos conociendo y lo secreto, que será una “partida” mayor. Se han erigido en una especie de altar laico, donde el Gobierno de la Nación va a genuflexionarse. Y siempre y, como es natural, celebrarán sus éxitos - basados en el más que misterioso número siete -no en posadas, sino en hoteles y restaurantes de lujo, donde habrá también un famoso grito: Echa vino montañés, que lo pagan Moncloa y España.

 

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