Aquí estamos, metidos ya de lleno en el mes de Febrero y muy preocupado porque un día de estos un niño va a ver de llover y se va a llevar el susto de toda su vida. Todo apunta a que pasaremos un verano con tan poca agua que deberían ir aprovechando y pensar cómo reutilizar todos y cada uno de sus fluidos corporales para, por lo menos, mojarse los labios.
Lo de la pertinaz sequía ya viene de antiguo, pero ya le estamos viendo el fondo a los pantanos, esos que los franquiebers alaban porque los constuyó el dictador, pero omitiendo el hecho de que su construcción ya estaba en los planes hidrológicos de la República. Cosas de nostálgicos.
Llevamos años escuchando locas teorías sobre los chemtrails, esas estelas de vapor que dejan los aviones a su paso, producto de la condensación del vapor a esas alturas, y que los teóricos de la conspiración señalan como una herramienta que disuelve las nubes y evitan las precipitaciones. Mientras ellos andaban propagando su verdad y acusando al resto de la humanidad de poco menos que pertenecer a la granja bovina, la verdad se ha destapado, desde el lugar más insospechado y teniendo como protagonista a quien menos nos esperábamos.
Isabel Díaz Ayuso ha vuelto a iluminar la oscuridad en la que vagamos los simples mortales. Un vez más, desde Madrid, centro de la península y del Universo conocido, la presidenta popular se erige, de nuevo, en faro de la intelectualidad patria. Ella ha dado con la clave, con la causa primigenia de esta sequía que nos amenaza; en su última aparición, ha declarado que “tras cerrarse una plaza de toros, le ha seguido la sequía, el control político y el adoctrinamiento”.
Ahí lo tenemos. Cómo no nos dimos cuenta de que, al ir cerrando las plazas de toros, el cielo, vengativo, decidía disolver cirros, cúmulos y nimbos. No fuimos capaces de ver las señales, los cielos despejados, el calor en diciembre, ir a comprar castañas en bermudas. Y todo por esta puñetera manía del rojerío patrio de no ver el arte en matar a un animal por la simple satisfacción de verlo morir.
Esperemos que Juanma Moreno haya tomado nota y pronto veamos la creación de un coso en Doñana. Porque si no, tendremos que bebernos el agua de las piscinas de los hoteles y la de los riegos de los campos de golf. Que ahí no va a faltar.