Esta leyenda me la contó una noche de tosantos, hace ya medio siglo, Doña Natalia ante un misterioso cuadro en su casa de La Resinera. Me relató que a mitad del siglo XVII había un humilde pescador que vivía con su hijita en una choza a resguardo de la Torre de Los Ladrones en Cabopino. Eran años de hambruna y frío, tanto frío que acabó con la vida de su esposa. Alimentar y dar calor a la pequeña era difícil, los bosques que la veían crecer eran intocables. Pertenecían a la Marina con destino a la construcción de una nueva Armada. Quien osara aprovechar sus recursos era ejecutado. En su desesperación por cobijar a la pequeña Noelia, Jaime se proveyó de madera para abrigar su choza y mantener la lumbre. En su osadía fue sorprendido por una patrulla mientras hacía picón. Fue ajusticiado sin más defensa que implorar por su hija y sepultado en una duna bajo el Pino de la Cruceta. Noelia nunca pudo olvidar la imagen de la mano de su padre sobresaliendo de la arena antes de marchar. El Retiro de Alonso Enríquezfue su destino. Allí fue educada y su prestancia la impulsó hasta la Corte, donde llegó a ser Dama de María Luisa de Saboya. Gracias a ello el Rey Fernando VI conoció su conmovedora historia y, haciendo gala de su apodo El Justo, dictó una ordenanza por la que abolía la absoluta prohibición de cortar maderas y árboles ya que era perjudicial a sus vasallos, faltándoles el material necesario para fabricar sus casas y otras cosas de preciso consumo de madera. La celebrada ordenanza sirvió para compensar el deseo de Noelia de volver al lugar donde yacía su padre. Bajo el Pino de la Cruceta había algo parecido a aquella mano exhumada. Al cogerla se deshizo en un polvo que se dispersó con el viento mientras sus dedos se mancharon con un fluido que recordaba la sangre de su padre. Ayer visitamos las dunas de Artola y bajo aquel pino encontramos la Mano del muerto, una rara seta que produce esa tinta indeleble de aspecto sanguinolento. La grandeza de esa seta es que es la responsable de que todos nuestros bosques crezcan con más fortaleza gracias a las micorrizas que produce. El cuadro de Doña Natalia era una alegoría al misterio de Jaime, al que debemos todos nuestros bosques.
Escrito en el metro
La mano del muerto
Eran años de hambruna y frío, tanto frío que acabó con la vida de su esposa. Alimentar y dar calor a la pequeña era difícil
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