El tema de los autobuses está de mucha actualidad, ya sea por la sonadísima campaña de los mal llamados autobuses ateos (¿desde cuándo los autobuses manifiestan creencias o descreencias?), ya sea por los cambios de itinerarios (y de frecuencias de paso, oiga, que nos hemos dado cuenta, por cierto, para disminuirlas) y cambios también en la circulación en algunas calles de la ciudad que tantísima polémica está suscitando.
Respecto a la primera cuestión fue muy edificante el poder escuchar la intervención magistral que en el programa de televisión 59 segundos, que nunca suelo ver desde que los mejores periodistas dejaron de acudir -hecho paralelo a la radicalización y sectarismo de los mensajes, casi siempre en el sentido de lo políticamente correcto, a decir verdad- tuvo el director de la revista Ecclesia, llamado Jesús de las Heras. Sus aclaraciones constituyeron una faena de dos orejas y rabo. Pues este sacerdote, además de irradiar simpatía y atractivo, supo manejar el capote a la perfección ante los intentos de cornear de los ateos y prisaicos. Demostró un acervo cultural inabarcable para los que estaban sentados en la mesa (puso ejemplos de grandes creyentes que, siendo o no católicos, tienen un gran reconocimiento en la Historia de la humanidad), que no pudieron rebatir ni un sólo argumento. Total, que además de simpático, cultísimo y respetuosísimo, eficaz comunicador. ¿Qué más se podría pedir cuando vemos que aún existe el arte de la oratoria sin que ésta tenga que ser vacía, sino, muy al contrario, rebosante de argumentos contrastados?
De cualquier forma, y en referencia a estos anuncios de que sí hay que disfrutar de la vida ya que Dios probablemente no existe -recalquemos la inseguridad que pone de manifiesto el adverbio- y que dan a entender a las claras que los creyentes somos una sarta de amargados que no sabemos disfrutar, me quedo, de entre la multitud de tinta que se ha venido derramando estas semanas, con algunos lucidísimos fragmentos que desplegara el pasado lunes Juan Manuel de Prada en las páginas de ABC: “A simple vista, la vida del creyente parece una muralla erizada de arduas privaciones; pero, salvada esa muralla, encontramos las danzas de los niños y el vino de los hombres. La vida del señor ateo, por el contrario, parece a simple vista encantadora y risueña; pero adentro se retuercen las serpientes de la desesperación(...). La desesperación suele disfrazarse de alegría vocinglera; pero está poseída de una sorda sed de destrucción y nihilismo. Estos señores ateos afirman, sin embargo, que la suya es la religión del disfrute y la alegría; a la vez que tratan de convencernos de que el cristianismo es la religión del dolor. Lo cierto es que todo ser humano alberga dentro de sí una proporción de dolor y otra de alegría; lo que distingue al ateo del creyente es la distribución de esos dos componentes. El ateo hace depender esa alegría de los pequeños goces superficiales de la vida -el “comamos y bebamos, que mañana moriremos” de Menandro-, pero niega la alegría última de las cosas, porque está enfermo de una desesperación incurable. Al creyente, en cambio, no le están negados los goces superficiales de la vida; pero es capaz de sacrificarlos, o de tomárselos a broma, porque su gozo secreto está puesto en una alegría más fundamental…”.
Y, además, parece ser que los señores ateos asociados, en vez de dar esperanza y alimentos -como es bien sabido que hacen los creyentes-, se van a gastar dinero en colocar también el anuncio en los autobuses de Valencia y Sevilla además de los de Madrid y Barcelona. Será divertido ver esos autobuses los domingos de Cuaresma llenos de sevillanos a visitar los besamanos, e incluso en Semana Santa para ver las cofradías. Al Dios probablemente no existe se le podría añadir: Pero no te lo pierdas al enfilar la calle Campana.
¿Y en Jerez? ¿Darán autorización los munícipes para poner también esa publicidad? Aquí al Dios probablemente no existe se le reprochará: “Cómo que no, si es casi un milagro llegar al destino con la de vueltas que da y con lo que tarda este autobús”. Al tiempo.