La ilusión de Obama es la ilusión del mundo. Lo ha conseguido. Es la estación de partida de este hombre poderoso, del que parece fluir un abecedario clarividente, a pesar de las oscuras realidades que nos rondan por doquier parte del mundo. Va a tomar las riendas del poder. Lo hace pensando que el futuro se construye entre todos. Algo que ya sabemos y que él nos ha recordado. La unión en el rebaño obliga al león a acostarse con hambre, dice la sabiduría popular. Brindamos, pues, por ese deseo, para que se haga presencia y siente cátedra en este envolvente territorio de fronteras y frentes. Ciertamente, la paz no es más que la unión que imprime justicia a las horas de la vida. Trabajar por la unidad que, por otra parte, también es norma suprema en el mismo universo en el que nos movemos, nos parece algo tan justo como preciso en la era de la globalización. Quizás para ello se tenga que injertar, mayormente desde los poderes, estéticas de confianza que hemos perdido. Por mucho catecismo democrático que se pregone, suele faltarnos y faltarle a las instituciones: pureza de vida y de corazón; pureza de servicio y culto a la libertad; justicia y rectitud como guía.
La ilusión del mundo ahora es Obama. Sería tremendo que nos defraudase. Sobre todo, en este momento, en el que al mundo entero le acorralan los engaños. No podemos decepcionar las expectativas de los pueblos, de las gentes. Nuestro mundo se encamina hacia un milenio que ha de ser reformador y reformista. En su haber tiene inmensos medios técnicos a su disposición, avances científicos sin precedentes, que han de ponerse a disposición de todas las nacionalidades y regiones, de todas las personas en suma. Por eso, existe la oportunidad, realmente extraordinaria en la historia de la humanidad, de llevar a cabo una acción destinada a vencer las injusticias, la marginalidad, la pobreza extrema en la que viven miles de personas. Es cierto que el impulso sólo de Obama no es suficiente. Necesitará el de sus conciudadanos y el de la ciudadanía mundial. Ha de culminar el sueño del cambio. Que sin duda será aquel que reconozca el valor de la unión y de la unidad como llave de entendimiento de los Estados, y por ende, de la globalización. Sólo cuando otros nos reconocen como parte necesaria de ese todo social, sea a través de vínculos laborales, de familia o de amistad, tenemos verdaderamente la sensación de existir. En un mundo en el que los seres humanos cultivan la soledad por decreto, ahí están las grandes masas de personas que no son reconocidas por nadie, que viven en la exclusión total, es fácil caer en la desesperación. Desde luego, el efecto de un mundo sumido en la civilización tecnocrática como única cultura, sin corazón que de poesía a la vida, siempre será un mundo difícil, de confusión y desespero.
Obama se ha convertido de la noche a la mañana en un sueño. Es la luz en un mundo de contrariedades. El deseo de todos. El delirio de multitudes. Su esperanza, cuando hay tanto náufrago en las aguas que no ve tierra por ninguna parte, hoy por hoy es medicina sabia. Sus componentes lingüísticos son saludables. Copio textual lo que ha dicho recientemente: "Construyamos un gobierno que sea responsable ante la gente, y aceptemos nuestras propias responsabilidades como ciudadanos para exigir a nuestro gobierno. Pongamos todos de nuestra parte para reconstruir este país. Asegurémonos de que esta elección no es el final de lo que hacemos para cambiar Estados Unidos, sino el principio". En una sociedad que da mucho valor a la libertad personal y a la autonomía es fácil perder de vista nuestra dependencia de los demás, como también la responsabilidad que tenemos en las relaciones con ellos. A mi juicio, como Walt Whitman, el mejor gobierno es el que deja a la gente más tiempo en paz. De momento, Obama, lo que ha dejado a la masa es un sabor de seguridad que, con el aluvión de incertidumbres, es el mejor sosiego.
Se dice, pues, que la ilusión vale cuando la realidad la toma de la mano. Obama tendrá que ver la manera de cómo gastar dinero de manera eficiente y eficaz para hacer que arranque la economía, sin obviar que, en su agenda, también han de ocupar actuación preferente aquellas operaciones de mantenimiento de la paz en el mundo, verdadera obligación moral de todos los gobiernos. Por lo pronto, Amnistía Internacional, incide en que durante sus primeros cien días de ejercicio del cargo, debe anunciar un plan y una fecha para cerrar Guantánamo, prohibir la tortura y otros malos tratos, tal y como están definidos en el derecho internacional. Y por aquello de ir de una esperanza a otra, pienso que también sería gozoso que EE.UU. fuese pionera de las nuevas tecnologías verdes para que la contaminación fuese nada. Obama lo explicita en el programa. Ya veremos si sólo se queda en proclama.
Lo que el mundo si ha proclamado a Obama es una pregonada expectación. Tal vez por la siembra de expectativas que él mismo ha esparcido. Como si fuese el nuevo ángel del mundo, todo el mundo pone la oreja. Y este orbe, para bien o para mal, estará atento a esa prometida ruptura con lo pasado, a esa innovación gubernamental que tanto entusiasmo injertó en todas las capas sociales del globo. En cualquier caso, como dijo Federico, el más terrible de los sentimientos es el sentimiento de tener la esperanza perdida. Con el optimismo en el cuerpo, hemos dado el primer paso. Algo es mejor que nada. Los siguientes lances han de materializarse para que la admiración siga desbordando al planetario. El terreno de los derechos humanos, de la paz, de la justicia social y económica, del desarrollo, ha de ocupar cada vez más el centro del diálogo político y del debate entre gobiernos. Es buen momento para que Obama ponga la primera flor.